Nuestro país va a concurrir el próximo 28 de junio a las urnas en las elecciones denominadas de medio término, en que el Gobierno se pone a prueba respecto de las políticas que viene desarrollando. En nuestro caso, estas elecciones serán muy especiales para emprender el segundo tramo del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner; y la renovación institucional del 2011. El tiempo subjetivo en la Argentina apura el cronograma objetivo. Por lo tanto, el escenario de la elección presidencial hará su ensayo general en la legislativa. El oficialismo pone en juego la mitad de sus bancas de diputados y 13 senadores. Sólo en la provincia de Buenos Aires renueva 20 de 35 y representa el 38% del total país. Es el corazón de la batalla. Hasta el momento el oficialismo se está imponiendo en el promedio nacional, pero con una proporción inferior al 45% que obtuvo en la presidencial de octubre del ’07.
Hoy, ni el oficialismo ni la oposición expresan a grandes mayorías. El oficialismo estuvo desde el ’03 al ’07 sostenido por su gran popularidad, a la que hay que agregar el soporte duhaldista en la primera etapa, reflejado en los acuerdos con el poder de la dirigencia justicialista del PJ, gobernadores e intendentes y con la dirigencia sindical más acuerdista en el caso de la CGT, y más el apoyo crítico de una parte de la CTA. Además contó con el apoyo de pequeños partidos de centroizquierda. Pero, en las elecciones de octubre del ’07, las clases medias dieron una señal, ya que la candidata oficial que ganó con claras ventajas sobre su inmediata rival perdió en las principales ciudades en donde los estratos medios se concentran. La objeción procedimental al Gobierno, sobre todo desde los mismos sectores, creció durante el largo conflicto con las organizaciones ruralistas.
La desmesura de la controversia dejó al descubierto: la imposibilidad del Gobierno de maniobrar con eficacia; y una respuesta desproporcionada de parte de los soliviantados ruralistas. En la sociedad emergió una oposición acorde al estilo confrontativo del kirchnerismo, que se yuxtapone con las resistencias, por derecha, al reformismo. Los medios de comunicación juegan en línea con la opinión pública y viceversa. El kirchnerismo no tuvo más remedio que someterse a la variabilidad de la opinión pública que lo consagró a poco de asumir y acompañó hasta que se fue Néstor Kirchner.
El Gobierno quedó a merced de un tratamiento de los medios masivos, también por la ausencia de construcción política del oficialismo que impidiera o neutralizara los mensajes negativos. No hubo vocación de construcción de un espacio político que ordenara los consensos y les diera a los disensos un carácter orgánico. No hay ni un movimiento social, tampoco una concertación de partidos comprendidos en el pankirchnerismo, ni un relato que logre homogeneizar el modelo en un conjunto de consignas convincentes que se integraran a la experiencia de la sociedad. También es verdad que la transversalidad o la concertación no aportaron mucho, pero todo movimiento estuvo subordinado desde el Poder Ejecutivo a la finalidad electoral y al cierre de la lealtad institucional de intendentes y de gobernadores.
La oposición está fragmentada y despliega esfuerzos para unificarse y ser electoralmente competitiva. En este sentido, la coalición no peronista entre Elisa Carrió, la UCR y los socialistas santafesinos, con la posibilidad de incluir a Cobos y el radicalismo mendocino, sería la segunda fuerza política. La movida con obstáculos de Macri hacia el territorio bonaerense expresa un tibio posicionamiento del PRO que, hasta ahora, evita ser un partido nacional.
La aparición de una nueva derecha se expresa en diversos afanes de la oposición y sobresale la reverberación de un viejo gorilismo. Se destaca la negatividad de la oposición respecto al oficialismo, y la ausencia de una actitud propositiva que le diga al electorado cuál otro modelo debe suplantar al actual.
*Sociólogo y titular de Rouvier & Asoc.