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Escribir en Cuba

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Corrían los años finales de la década de 1980 cuando el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II llegó a La Habana con dos maletas cargadas de libros de “periodismo”. Su propósito era impartir un seminario de actualización en el que le revelaría a los desinformados periodistas cubanos (incluidos los cultores del periodismo literario criollo de aquellos años), que el llamado Nuevo Periodismo norteamericano había asentado su renovación, precisamente, sobre una mezcla hecha a conciencia entre función periodística y recursos narrativos, y sobre la base de dosis similares de iconoclastia hacia la academia y creatividad desbocada. Y para demostrarlo, había cargado desde México con aquellos libros firmados por autores como Tom Wolfe y Norman Mailer, y de obras de sus antecedentes más ilustres, como John Reed y Rodolfo Walsh. También fue por aquellos días, cuando Taibo, puesto al día de la labor individual de un grupo de profesionales cubanos de la prensa del momento, llegó a la reveladora síntesis que, de modo inmejorable, calificó el estado de esta manifestación en la isla: Cuba es el país con mejores periodistas y con peor periodismo que alguien pueda imaginar, dijo.

Han pasado algo más de dos décadas –y muchísimas águilas sobre el mar de la historia cubana– desde aquellos días en que Taibo nos retrató y, a la vez, nos actualizó y nos dio herramientas para entender mejor lo que algunos hacíamos y otros pretendían hacer. El llamado periodismo literario o de investigación cubano de la década de 1980 es hoy parte de la crónica pasada del ejercicio periodístico en el país y una más de las muchas víctimas de la masacre social y económica del llamado “período especial”, cuando se desató la más espantosa crisis y no sólo desapareció esta modalidad sino, incluso, casi la prensa en Cuba. Pero al cabo de estas dos décadas y luego de una cierta recuperación material emprendida en los años finales del pasado siglo, el estado de cosas que entonces definió con tanta precisión un forastero interesado y amable, más que mejorar, ha empeorado, como si el periodismo se moviera a contracorriente respecto a otras manifestaciones de la creación, especialmente de la literatura, que han experimentado una benéfica evolución en los años marcados entre la inquieta década de 1980 y el presente.

Quizás el más breve análisis de cómo surgió y se asentó la práctica de un periodismo literario en la Cuba de hace 25 años pueda ayudar a entender la situación de pobreza que por ese entonces existía en la prensa nacional, a ilustrar los modos en que se forjó aquella renovación periodística y a clarificar el por qué del actual estado de lamentable miseria de la profesión en esta isla del Caribe.

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Para ningún estudioso de los procesos culturales cubanos resulta un secreto el hecho de que esos años 1980 fueron un período de reacción dentro del quehacer cultural e intelectual del país. La traumática experiencia vivida en la década anterior, marcada por la intransigencia política, la avasallante ortodoxia ideológica, la mediocridad oficializada y hasta la marginación social de incontables figuras del ámbito cultural del país (Lezama Lima y Virgilio Piñera incluidos), había significado, entre otras muchas cosas, un corte en el proceso de renovación artístico e intelectual que se había vivido en el decenio anterior. En el caso específico del periodismo, la institucionalización de su tarea descarnadamente propagandística a favor del sistema político (rector de todos los medios) y el lógico ascenso de la mediocridad de los confiables por encima de los sospechosos de siempre, había hecho imposible que proyectos típicos de la efervescencia de los años anteriores, como el del siempre polémico Lunes de Revolución, la mítica revista Cuba, o propuestas como el primer Caimán barbudo, pudiesen reproducirse en el medio especialmente opresivo de esa década negra de 1970.

Tan profunda y dolorosa resultó la castración mental de esos años que, de manera inevitable, un pequeño cambio de condiciones subjetivas y objetivas provocó la tímida pero importante reacción creativa vivida en los años 1980, cuando la plástica, el teatro, el cine y la literatura comenzaron a marcar distancias respecto al arte y los conceptos prevalecientes y aupados en los años previos. Tal sacudida, incluso, llegaría al periodismo, siempre regido por los intereses partidistas, y en medios como Juventud rebelde, Bohemia, Somos jóvenes, El caimán barbudo y otros, comienzan a aparecer reportajes, crónicas, entrevistas en las que un lenguaje y unas perspectivas diferentes traían aires de renovación para las anquilosadas páginas de estas publicaciones y, en general, para la práctica del periodismo en la isla.

En realidad ninguno de los periodistas que por entonces materializan esta renovación que se hace visible hacia la mitad de la década, tenía un proyecto específico ni se proponía una búsqueda concientizada a partir de uno o varios modelos. El periodismo literario de esos momentos nació silvestre, hijo de la necesidad y abonado por el ambiente que se había creado en los medios culturales del país. Hubo, por supuesto, un sentido de reacción contra las estructuras, lenguajes y conceptos estereotipados y estrechos que se habían adueñado del ejercicio periodístico en Cuba y aun prevalecían (y lo que es más grave: todavía prevalecen). Existió, además, una manera menos formal de acercarse a la profesión y ejercerla, pues una notable mayoría de los cultores de este nuevo periodismo llegaban a la práctica sin haber sido deformados con los estrechos conceptos de la academia. Se conjugó, también, la presencia de un grupo de aprendices de narradores que en ese momento vivían del oficio periodístico y volcaron en el lenguaje de los medios las búsquedas y hallazgos que hacían o harían en sus novelas y relatos de esos tiempos o posteriores. Y se favoreció, sobre todo, con un espacio de libertad concedido por las direcciones y jefaturas de redacción que tuvieron la inteligencia y la capacidad de dejarlos realizar aquellos experimentos formales y conceptuales que consiguieron el milagro de convertir a miles de lectores retraídos en asiduos buscadores de cada nueva edición de esas publicaciones en las cuales, con frecuencia, aparecían aquellos textos híbridos y atrevidos en los que se encontraban historias, personajes y reflexiones atractivos para un público sobresaturado de información y lecturas altamente politizadas.

*Escritor cubano / Prólogo de su nuevo libro El viaje más largo. En busca de una cubanía extraviada (Capital Intelectual).