Y finalmente Michel Houellebecq vino a la Argentina. La visita del autor de novelas como Ampliación del campo de batalla y Las partículas elementales, frustrada durante años, fue fugaz y, según sus propias palabras, estuvo motivada por la cantidad de correos electrónicos que le llegaban de lectores argentinos. Una boutade más del incorrectísimo escritor francés, porque lo cierto es que su paso por aquí fue apenas un alto en el viaje que lo llevará a dar una conferencia en la Universidad Católica de Chile. Su presencia, de todas maneras, causó una moderada sensación, y sirvió para desterrar algunos de los epítetos más gastados por la prensa al hablar de él: misógino, islamófobo, xenófobo. Lo cierto es que MH se portó como el antihéroe que es (aunque sea, a su vez, una celebridad que vende millones de libros: una cosa no quita la otra), con su andar indeciso y encorvado, casi como un Woody Allen europeo, sus anteojos de marco grueso pasados de moda, su camisa amarilla fuera del pantalón, su entonación monocorde, imprecisa, repleta de dudas y silencios. Tal vez, en el fondo, el mito creado a su alrededor descanse en premisas falsas, y MH no sea ni más ni menos que lo que se vio: el típico escritor tímido, fóbico y retraído; un misántropo más.
Así las cosas, MH ofreció el miércoles pasado, en la Alianza Francesa, una conferencia titulada “Cómo la cultura americana domina al mundo”. Sólo titulada, porque la única referencia que hizo al tema fue leer un fragmento del libro De la democracia en América, de Alexis de Tocqueville. Minutos antes Alan Pauls, el anfitrión local, lo había regado de elogios: “Houellebecq apostó todo a una sola ficha: convertirse en una máquina de describir, de registrar la lógica fluida de un mundo colonizado por el mercado”. Lo comparó con un scanner implacable de la actualidad, con el Marqués de Sade, y finalmente dijo lo que muchos pensamos: que MH es el escritor que mejor narra la escenas de sexo en la ficción contemporánea.
Cuando tomó la palabra, MH contó sus inicios como narrador: “La vida que yo llevaba no tenía rastros en ningún libro. Entonces escribí Ampliación..., una novela bastante violenta. Y me volví fácilmente el mejor escritor francés. Pero sólo porque el nivel de arranque era muy bajo. Si hubiera vivido en la época de Balzac, nadie se hubiera fijado en mí”. Luego, en una dispersión algo caótica, habló de las lenguas nacionales, del deseo sexual, de la crisis demográfica europea. Habló de Carlos Marx como un creador de eslogans efectivos, aunque superficiales: “Marx sería un gran publicitario hoy. Pero su reducción de la vida a lo económico no sirve para nada”. Y cuando le preguntaron por su reciente incursión en el cine (acaba de filmar su última novela, La posibilidad de una isla), fue categórico: “El cine, con respecto a la literatura, no vale nada”.
Quizá lo más interesante de la charla haya sido la metáfora que utilizó para describir su método de trabajo: “Escribo como se baja una cuesta en bicicleta: de manera sencilla, pero siempre dispuesto a salirme de la ruta. Hago libros que se leen fácilmente”. Así y todo, la charla dejó sabor a poco. A la hora de las preguntas, a MH se lo veía algo fatigado. Pero tal vez el problema no haya sido suyo, sino de los que buscan convertirlo en un intelectual. MH es nada menos que uno de los mejores escritores contemporáneos. Un realvisceralista, al decir de Roberto Bolaño (el único caso comparable de literatura sociológica por estos lados sería, tal vez, el Fogwill de Vivir afuera). Pedirle más sería demasiado.