Circula en algún medio electrónico un inquietante estudio wikipédico, que reza más o menos lo siguiente: “Las generaciones futuras no podrán reconocer la letra manuscrita”. Y luego agrega algo así, para meter miedo: “Ni siquiera entenderán para qué se escribía a mano, o cómo era una carta”.
Es muy difícil transformar en noticia algo que ocurre en plazos de –digamos– cuatro mil años. ¿Dónde está la primicia en eso? Bah, la pérdida de la letra manuscrita quizá ocurra en mucho menos tiempo, pero aun así este cambio en la escritura (que es análogo a muchos otros cambios de verosimilitud del mundo, que van de lo oral a lo escrito y de allí a lo binario) es difícilmente una novedad.
Un amigo muy culto me ha contado algo fabuloso. Hace algunas décadas, EE.UU. ensayaba sus pruebas nucleares en Nuevo México. Luego decidieron que era más prudente hacerlo en países invadidos. Pero parece que este estado ya está contaminado. El paquetón está enterrado y asegurado, pero esta basura nuclear estará activa aún cuatro mil años. ¡Cuatro mil años! El gobierno yanqui se hizo cargo y se comprometió a cuidar a la humanidad. Han tenido que garantizar ante Dios que nadie abra estas ojivas ni desentierre esta calamidad.
¿Qué hicieron? Carteles. Tecnología semiológica de alto voltaje. ¡Pero 4 mil años son las pirámides! Ya no estaremos más. Habrá otros humanoides, o cucarachas, o seres refinados venidos de Venus o Chascomús. ¿Cómo advertir a semejantes lectores, cuando parece que mis sobrinos ni podrán leer lo manuscrito, ni recordarán qué era? Del desierto emergen carteles en todos los idiomas conocidos. Tal vez en 4 mil años el mapuche sea la lengua del imperio y ya nadie recuerde qué quería decir danger en ignota lengua muerta. Así que hubo un congreso de semiólogos para resolver el dilema. ¿Qué señales durarán 4 mil años? Vean, si no, el fracaso de las pirámides: hasta Champolion fue imposible deducir qué decían, y si en los sarcófagos hubiera habido radiación en vez de momias y chuchería, ahora estaríamos todos muertos.
Parece que –además de textos de alarma– hubo que incluir íconos y dibujos, mensajes claros pero destinados a culturas desconocidas. (¿Qué mejor definición para esa rara práctica ancestral que se llamó “arte”?) Semiólogos expertos del mundo acordaron poner una reproducción de El grito, de Edward Munch: creen que allí donde fallen las palabras y la letra, el mensaje estará así muy claro. Y que lo podrá entender hasta una cucaracha despistada. Me tiembla el pulso. No se nota porque no escribo en manuscrita.