Descubro Lo infraordinario de Georges Perec y lo compro casi clandestinamente, ya que detrás de la portada se lee: “Prohibida su venta en América Latina”. Se trata de un libro póstumo, publicado en Francia en 1989 y en España, diez años más tarde. Me pregunto si Perec pasó de moda y concluyo que sí, probablemente. Hace unos veinte años leí con pasión El gabinete de un aficionado; Las cosas y La vida, instrucciones de uso. Después lo fui olvidando al mismo ritmo que las librerías. La idea de lo infraordinario –aquello que escapa a nuestra atención por ser tan próximo y tan poco espectacular–, es en realidad del filósofo Paul Virilio que compartió con Perec la revista Cause Commune entre 1972 y 1974. Los artículos (¿relatos?, ¿ensayos?) reunidos en el libro se ocupan efectivamente de lo que la literatura deja de lado por irrelevante. Uno de ellos, por ejemplo, Still life/Style leaf, describe minuciosamente el escritorio en el que el narrador trabaja y enumera cada uno de los objetos hasta llegar a una hoja de papel que contiene el texto que el lector acaba de leer. Perec vuelve a transcribirlo íntegramente (pero con cincuenta modificaciones disimuladas que proponen un puzzle).
Still life/Style leaf hace pensar en los seis tomos de Nor-noroeste en los que, según nos cuenta H. Bustos Domecq, Ramón Bonavena no hace otra cosa que describir el ángulo nor-noroeste de su mesa de trabajo y en el que un mecanismo aleatorio va introduciendo pequeñas modificaciones. Otro de los artículos, Doscientas cuarenta y tres postales de colores auténticos, consta de doscientos cuarenta y tres párrafos (los he contado, por las dudas) de dos o tres líneas con textos del tipo: “Un gran saludo desde Ipanema. Esto es extraordinariamente bonito. ¡Fiestas bajo los cocoteros! Lástima, tengo que volver el 15.” En una trivialidad semejante se interna otro de los capítulos, La rue Vilin, donde se pasa revista a cada uno de los edificios de una calle de dos cuadras condenada a la demolición municipal. Todo parece igualmente sin importancia, como un viejo cartel en el número 24 que dice: “Peluquería de señoras”. Una vecina declara acordarse muy bien de la peluquera y agrega: “No se quedó mucho tiempo.” La peluquera (el texto no lo dice) era la madre de Perec. Partió de la Rue Vilin para ser deportada y morir en Auschwitz.
Lo infraordinario se conecta con la posibilidad de que esas enumeraciones, esos juegos, esas variaciones insignificantes que describen la realidad en su estado más inerte, encubran el horror y sean la fuente de una inquietud inexplicable que nos hace preguntarnos si no se nos escapa un secreto terrible. En el prólogo de Lo infraordinario, Guadalupe Nettel menciona a su compatriota Mario Bellatin como uno de los escritores en los que Perec ha dejado una marca indeleble. Leo su reciente Las manos del masajista y, efectivamente, encuentro en ese texto la misma perturbadora serenidad. Bellatin narra en primera persona la aventura de alguien al que –como a él– le falta un brazo y entra en una historia que involucra a una declamadora brasileña, un masajista, un loro, una canción de Chico Buarque y un sueño, pero que culmina con quince fotografías decididamente infraordinarias en las que se mezclan realidad y ficción en proporciones que el lector desconoce.
¿Qué nos dicen ese relato absurdo y esas fotos banales, a veces desenfocadas? ¿Cómo debemos leer este librito que nos atrae, nos molesta y nos deja perplejos? A falta de una pista mejor vuelvo a Bustos Domecq, cuyas parodias se vuelven con el tiempo apologías. La entrevista que le concede el maestro Ramón Bonavena concluye con estas palabras misteriosas pero acaso proféticas. “Niego a mi obra todo valor científico y todo valor estético. No me he propuesto enseñar, conmover o divertir. La obra está más allá. Aspira a lo más humilde y a lo más alto: un lugar en el universo.”