Vargas Llosa, militante de la peor y más rancia derecha neoliberal, inaugurará la Feria del Libro en la Rural. ¿Más símbolos? Nadie sabe si hablará de literatura, de procesos creativos o de cómo se pierde el ángel de la guarda. Pero es lógico que la comunidad de escritores se repliegue con asquete. Antes que escritores somos seres humanos, lo cual nos pone a elegir según nuestra ética cuáles son las cosas buenas para nuestra especie y cuáles los alimentos peligrosos, muchas veces, los más ricos.
Pero, ¿con qué elementos elegimos? Desde que no hay absolutos, reinan las comparaciones, remozando la fábula infantil y religiosa del enfrentamiento entre el Bien y el Mal. Elegimos la izquierda ante la derecha (y si no, nos dedicamos a otra cosa), pero es evidente que la una define a la otra, y juntas juegan a la ilusión de que “elegimos”, y que eso (la inclinación natural hacia lo que consideramos el Bien) nos hace mejores personas. Por eso el debate nos hace agua la boca, que ya llevamos de por sí atragantada de palabras: porque permite jugar con las combinaciones de ideas pero en el mundo de los símbolos no en el real. En el mundo real, Vargas Llosa hará lo que al mercado editorial (de fuertes intereses en la Feria) le convenga. Y venir a hablar para que todo un país (literario) se escandalice es una novedad que vende bien. ¿O no estamos midiendo ya los centímetros de debate y publicidad que le dará a la literatura, una rama del pensamiento cada vez con menos chances de ser noticia?
Los motivos para repudiar esta decisión (y ya que me preguntan, yo elijo repudiarla) se basan en comparaciones. Que la literatura no es política. Que Vargas Llosa no es Borges. Que abrir la Feria no es lo mismo que dar una clase magistral. Que no es lo mismo que González hable como hombre que como director de una institución (como si debieran ser manejadas por máquinas sin opinión).
Qué bien. Los escritores nos hacemos los rulos. Vamos a salir. Un enemigo está dispuesto a recibir el escarnio de la indiferencia o el tomatazo. Las palabras hierven, se calientan inquietas en las gateras.
Desde que no hay absolutos, hay palabras.