COLUMNISTAS

Escualidez

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Claro que los medios tienen una responsabilidad decisiva a la hora de radiografiar a los responsables de la indigencia del debate argentino. Las culpas provienen de la crónica cotidiana, que parece inexorablemente condenada a reducir el espacio del pensamiento y la fijación de conceptos más trascendentes a un mero trapicheo de conjeturas. No sucede eso con las páginas editoriales y de opinión de los medios que el régimen gobernante llama “concentrados”, que suelen estar tapizadas de los puntos de vista más diversos y en los tonos más elevados.

Si la política argentina ha sido históricamente un caso clamoroso de personalismo en la región, la manufactura periodística de la agenda cotidiana es casi una caricatura de esa realidad, ya de por sí penosa.

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Desde las recomposiciones democráticas que se fueron dando en América latina en los últimos 25 años, la Argentina permanece estólidamente fiel a su hábito de configurar planes y programas afincados en seres individuales. Liderazgos fuertes, como el de Lula, que durante ocho años fue presidente de Brasil, no alteraron la morfología de una sociedad en la que el partido del líder es más importante que el ser humano que lo conduce. En síntesis, no hay ni hubo ni habrá “lulismo”. Similar peripecia registra la Concertación chilena, cuyos cuatro exitosos presidentes (Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet) no pergeñaron corrientes basadas en sus apellidos, algo inimaginable en un país donde tampoco hubo “allendismo”.

De hecho, ese “ismo” favorecido por los argentinos (peronismo, menemismo, duhaldismo, kirchnerismo, cristinismo) tiene correlatos en otras fuerzas (macrismo, alfonsinismo), y asume a menudo contornos medio absurdos, como el de los seguidores del partido GEN de Margarita Stolbizer, identificados como “margaritos”, y los de Elisa Carrió, como “lilitos”.

¿Es un invento de esos medios? Claro que no, pero la reproducción periodística incesante agrava la preexistente penuria de ideas y termina funcionando como deseo hecho realidad. La rusticidad de los cronistas más bisoños reduce a seguidismos personales los choques políticos más interesantes. Así, dirán que en la ruptura de la CTA se enfrentan yaskistas y michelistas, en la interna porteña de PRO se pelean “larretistas” y “michettistas”, al igual que hubo legiones de “bilardistas” en guerra con “menottistas”. Diagnóstico irrecusable: la Argentina tritura impiadosamente los matices en aras de una corporización bestial. En las universidades, donde se supone que los estudiantes son gente que prioriza a las ideas como construcción colectiva, proliferan en la izquierda las agrupaciones nominadas en referencia sus ídolos y precedidas por la partícula “la”: Vallese, Cámpora, Simón Rodríguez, Cooke, Haroldo Conti, Pampillón, José Martí, Walsh.

Si este rasgo deriva de la propia escualidez del cuerpo político nacional, porque revela que en muchos casos los dilemas sólo son salvajes contiendas entre intereses patrimoniales muy privados, el periodismo tiene una fortísima cuota de responsabilidad pendiente en adecentar desde su tarea un relato que no tiene que ser mentiroso para ser más prolijo.

¿Huevo o gallina? Los medios no fabrican la realidad, como se cree, desde su arcaico dogma setentista, en el Gobierno y pregonan sus epígonos. No son los diarios y las revistas los que fabrican unilateralmente la realidad, naturalmente, pero tampoco son ajenos a la máquina reproductora de conceptos e ideas dominantes en que se convierten.

La agenda cotidiana, la diseñe o no la galaxia mediática, es suficientemente pobre en la Argentina como para ilusionarse con que un reduccionismo más no le hará un daño ulterior. A menudo resulta casi imposible diferenciar en ese caldo espeso de lo público a una tersa presentación de hechos, de una torpe simplificación de cuestiones delicadas.

No pueden los medios escamotear su responsabilidad, sobre todo cuando una generación ya madura de editores advierte las carencias de jóvenes reporteros que terminan empobreciendo el relato cotidiano. Desafortunadamente, ésta no es una cuestión de restringido interés para la colectividad periodística, porque el impacto global del combinado medios/sociedad tiene pesada influencia en la vida cotidiana del país.

Los políticos y los funcionarios terminan tartamudeando en la misma jerigonza de sus fuentes informativas cotidianas, con ese jarabe repelente de peleas y cruces, donde se agigantan de manera artificial lo que son apenas matices de opinión. Lo penoso es que el fenómeno recrudece.

La paupérrima expresividad cotidiana de los medios no es una demoníaca operación destituyente, pero colabora activamente con el raquitismo de las ideas. En última instancia, la fábrica nacional de medios termina funcionando como una dieta pobre en proteínas civiles en cualquier cuerpo. Genera un resultado similar al que produce ese fenómeno en los seres humanos cuando se crían con nutrición deficitaria: sólo pensamientos pobres o rudimentarios pueden ser generados por organismos inconsistentes.

Estas preocupaciones se cargan de potente sentido de cara a las elecciones presidenciales y a su secuela previa de primarias e internas. Sanz y Alfonsín en el radicalismo, Duhalde, Rodríguez Saá, Das Neves y Solá en el peronismo, Scioli y Sabbatella en el kirchnerismo bonaerense, Giustiniani y Bonfaffi en el socialismo santafesino, Rodríguez Larreta y Michetti en el oficialismo porteño, son todas ocasiones de rivalidad que deberían ser exprimidas como escenas de divergencias de conceptos, abandonando la musculosa tendencia a ver en ellas meros choques de personas.
¿Querrán y podrán los medios aportar su esfuerzo a que las campañas de 2011 tengan un correlato más sofisticado y menos bárbaro? No pido una mise en scène mentirosa, como si la Argentina se considerara una democracia escandinava, pero una medida de la felicidad sería que este país, curado de los “ismos” más pedestres, comenzara a parecerse un poco más a sus vecinos.