Una de las comidillas más divertidas del mundo de los medios es la guerra de latas que se libra en los mediodías de la televisión abierta, pero que puede contribuir a imaginar un escape a la condena electoral de elegir entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Resulta que hacía años que Canal 13 era imbatible con la repetición de cualquiera de los 62 capítulos de la tira mexicana El Zorro. Conocido, en blanco y negro, con Diego de la Vega, el Sargento García y el sordomudo, sostenía siempre sus cinco puntos de rating por sobre lo que hubiera en la competencia. Un piso inquebrantable, pero con poco horizonte de crecimiento. Del otro lado, Telefe, después de varias apuestas fallidas, logró responderle con la misma moneda: el material archiconocido de Casados con hijos, con las peripecias de Pepe y Mónica Argento, que también a fuerza de fórmula repetida, construyó su propio espacio de cinco puntos para arañar un empate y repartirse la escasez de la audiencia. Pero todo cambió hace dos semanas: el canal de las pelotas le dio esa franja horaria a la fresca humorista Lizy Tagliani, que reversionó a su estilo un antiguo formato de preguntas y respuestas, El precio justo, y por ahora resulta una salida superadora por sobre las dos propuestas que con lo bueno y con lo malo en cada caso fueron entretenimiento seguro durante tanto tiempo.
Una encuesta de Poliarquía que circuló esta semana entre empresarios ubicando al ex ministro Roberto Lavagna como factor clave para acercar al espacio Alternativa Federal a un ballottage, subraya la idea de que hay una demanda popular creciente para alguien que rompa, como Lizy Tagliani, la paridad de lo que ofrecen las latas.
Sea Lavagna, un outsider, o hasta apenas figuras distintas de los espacios de siempre, los problemas de la economía reclaman soluciones extragrieta, salvo que hayamos decidido chocarla para siempre tanto en los temas que el mundo ya resolvió (como la inflación), en los que están más avanzados (energía) o en los que están pensando qué hacer (jubilaciones).
Mutuos culpables, por Jorge Fontevecchia
Si no llega Lizy, vamos a tener inflación para siempre, porque no hay manera de explicar sino, que en enero, con emisión cero y tasas récord, tengamos más inflación que Chile o Bolivia en un año, donde la bajaron tanto con gobiernos de derecha o izquierda. Porque acá, para un lado de la grieta, el alza sostenida de precios le parece un mal secundario y dale que va mientras las paritarias le ganen, aunque retroalimenten los aumentos del año siguiente. Y al otro lado de la grieta, los que dicen querer reducirla la terminan abrazando para cumplir con las metas fiscales del FMI ante la caída de la recaudación. “Además, si hicieras un acuerdo para que los sueldos le ganen a los precios por 0,5% por año la próxima década deberías jubilar a los sindicalistas”, dice por otro lado el ex viceministro de Economía del gobierno de Cristina Kirchner, Emmanuel Alvarez Agis, sobre la necesidad de llegar a un acuerdo de largo plazo para salir de la inflación, que por ahora es inviable.
Ese mismo virus es el que anticipa que nos vamos a fumar tal vez las dos ventajas más grandes que tenemos en términos estructurales hoy, claro, salvo que llegue Lizy. Una, Vaca Muerta: ¿hay alguien pensando en armar un fondo soberano extrapresupuesto para que cuando empiece a producir posta nos garantice una riqueza intergeneracional a la Noruega? “Creo que algún diputado lo mencionó”, dicen en una petrolera. Otra, jubilaciones: se calcula que hasta 2030 la Argentina tiene “bono demográfico”, que dicho a lo bestia es que hay más jóvenes laburando que viejos perdurando sin generar dinero; ¿no habría que aprovechar estos diez años para pensar un régimen previsional sostenible en el tiempo?
Fin del largoplacismo. En el minuto a minuto de las sorpresas en la campaña electoral, hay un caso que explotó en Estados Unidos y podría generar cierto escozor en la Argentina ya que involucra a los tentáculos globales de la consultora internacional McKinsey, donde se formaron las principales espadas del Poder Ejecutivo. Según The New York Times y la Security and Exchange Comission (SEC), un fondo de inversiones de la firma en un paraíso fiscal compró bonos de Puerto Rico, país al que la propia McKinsey asesoró en la restructuración de esa deuda y donde recalaron también ex ejecutivos. En total, el fondo movió US$ 12.300 millones en empresas y gobiernos en todo el mundo. Se esperan más desclasificaciones en los próximos días.