El año se cierra con expectativas no cumplidas. La valoración de la situación económica del país en la opinión pública es muy mala. Aun así, no se vive un clima de crisis ni remotamente; simplemente preocupaciones, algo de mal humor y esperar para ver. Las políticas públicas, en los diversos frentes de gestión de gobierno, son discutidas desde distintos puntos de vista; en cuanto al enfoque hiperrregulatorio del Gobierno –que es otra cosa– en casi todos los frentes está dejando problemas que obstaculizan las decisiones productivas. La ciudadanía está poco concentrada en esos problemas y se limita a sufrir las consecuencias: precios altos, nivel de actividad reducido, menos horas trabajadas. Pero quienes toman decisiones, particularmente los empresarios, muestran preocupación y la canalizan escrutando continuamente las señales que emiten los candidatos y sus equipos técnicos.
El año 2015 será muy movido. El tema electoral y la situación de la economía dominan el día a día; son dos planos distintos, cada uno responde en buena medida a su propia lógica, pero están fuertemente interrelacionados. La economía depende sobre todo de las decisiones del Gobierno, y de factores externos que nadie aquí puede controlar; las expectativas se ven influidas también por las señales de los candidatos y las percepciones de lo que podrían llegar a hacer en caso de ser gobierno. El Gobierno decide en materia económica respondiendo a sus propias convicciones, pero también midiendo las consecuencias electorales de lo que hace. Palpando la opinión pública, la Presidenta se siente bastante reconfortada; eso presumiblemente la lleva a no cambiar drásticamente la orientación de su gestión. Aun así, en el plano electoral los números son buenos para Scioli pero no necesariamente para el Gobierno. Ese es un terreno sobre el que es fácil equivocarse.
Una de las más claras coincidencias que existen hoy en la sociedad argentina es la sensación de que cualquiera que resulte el elegido para gobernar el país dentro de un año va a rectificar bastantes cosas, gradual y prudentemente. Los candidatos casi no hablan acerca de lo que van a hacer al respecto, pero sus economistas sí lo hacen. Es cierto que no hablan demasiado fuerte, pero se hacen oír por quienes están ávidos de reducir incertidumbre con respecto al futuro cercano. Esa sintonía será uno de los ejes sobre los cuales se desarrollará el año próximo. Es curioso, y hasta resulta algo “paradójico”, que el clima de tranquilidad sobre el futuro cercano –sobre 2016– en buena medida sea alimentado por los opositores, pero desde el punto de vista del estado de ánimo colectivo beneficia al Gobierno, y particularmente a Scioli, que es quien capitaliza en mayor medida ese beneficio en términos electorales.
Gradualismo, prudencia, eso está esperándose. No hay espacio para que algún candidato se anime a poner sobre la mesa ideas o propuestas audaces para revertir la tendencia declinante de la Argentina en el último largo medio siglo. Se diría que, para la política, el horizonte no pasa de un año; por ahora, se agota en las PASO, la primera vuelta y el eventual ballottage. Ni la sociedad ni la política quieren admitir hoy que los problemas de la Argentina son de larga data y no se resolverán con un poco de buena letra por un tiempo. No parece que la sociedad esté preparada para escuchar diagnósticos y prescripciones que excedan ese horizonte tan breve. Los políticos piensan que no lo está y no asumen ni el menor riesgo al respecto. El tipo de liderazgo que combina capacidad política y atributos de estadista, mezcla de jugador habilidoso para moverse en la política de todos los días y estratega con mirada larga, no aparece en la Argentina desde que Frondizi se vio forzado a dejar el gobierno hace más de sesenta años. No hay indicios de que la sociedad esté esperando un liderazgo de ese tipo.
Todo esto lleva a definir el año que empieza, el proceso electoral y lo que siga como un período de transición. La Argentina espera confiada esa transición, sin mirar más allá. Hay agoreros, pero la sociedad se muestra confiada. Las encuestas presentan un dato llamativo: cerca de la mitad de los ciudadanos que dicen que probablemente votarán por uno de los candidatos hoy en carrera admiten al mismo tiempo que podrían terminar votando a otro. La competencia electoral, esta vez, no es un campo de batalla; se parece más a una góndola de supermercado, donde el consumidor puede pasear a lo largo de los pasillos mirando los productos, pensando en ellos, reflexionando, sabiendo que finalmente comprará alguno, o eventualmente algún otro, sin que nada le exija una decisión rápida y excluyente. Como si, en definitiva, lo que terminará eligiendo no cambiará demasiado las cosas.
*Sociólogo.