El oficialismo nacional ganó elecciones solamente en distritos chicos y perdió en los grandes. La oposición, configurada en alianzas diferentes, tuvo victorias en Santa Fe, Mendoza y Córdoba. Quienquiera triunfe hoy en la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta o Martín Lousteau, también es un opositor. El PRO perdió en Santa Fe; y, aliado con los radicales, también perdió en Córdoba. Es verosímil atribuir a los radicales la victoria en Mendoza, donde el PRO fue un aliado de menor peso del partido encabezado por Julio Cobos.
Por eso, los resultados de esta noche en la ciudad de Buenos Aires tienen especial significación para Mauricio Macri, ya que sería la primera vez en este ciclo electoral que compite y puede ganar con fuerza propia. Los que quieren ver a Macri presidente (porque salvaría a la patria de que fuera gobernada por Scioli) se indignan con los votantes de Lousteau, porque debilitarían las Fuerzas de Liberación Anti K.
En realidad, temen porque Macri todavía no demostró en las urnas una potencia equivalente a la que sale de las encuestas nacionales. En ellas, al parecer, ganaría Macri si hay segunda vuelta. Sin embargo, como en la cancha se ven los pingos, sus votantes esperan que sea la ciudad de Buenos Aires la pista donde, por fin, resulte vencedor y asegure así el camino hacia la victoria. Hasta ahora, las cosas no le fueron tan sencillas.
Hace mucho que se dice que Macri carece de una estructura nacional. Las próximas elecciones demostrarán si la política ha cambiado tanto como para que sea presidente un hombre sin partido basado en el territorio. Los cientistas sociales han hablado mucho sobre este tema, pero todavía falta el experimento crucial.
Si Rodríguez Larreta le saca algunos puntos de ventaja a Lousteau, el PRO saldrá vencedor y podrá agotar todo el stock de globos del hemisferio sur. Pero en agosto, las PASO nacionales y las de provincia de Buenos Aires tendrán lugar el mismo día. Y allí en la Provincia, si la lista del Frente para la Victoria no tiene candidatos invencibles que dejen a su fórmula colocada en punta para las generales, tampoco Macri, con María Eugenia Vidal y un radical casi desconocido, tiene la victoria asegurada. Y, para complicar las cosas, Massa ofrece una fórmula bonaerense cuyas posibilidades no pueden descartarse de plano: Felipe Solá y Daniel Arroyo.
Como sea, esta noche se verá si Macri recibe el aval que urgentemente necesita para llegar fortalecido a las PASO bonaerenses y nacionales con el objetivo de realizar los deseos del frente antikirchnerista. Lousteau no es un obstáculo en ese camino, sino la ocasión de superar una prueba: no se sube en política sin enfrentar buenos adversarios, incluso los mejores. Y Lousteau es el mejor adversario.
Lo que digan las encuestas sobre la elección que hoy tiene lugar es importante para los candidatos, que se han acostumbrado a hacer campaña con un encuestador portátil en el botiquín de primeros auxilios y llevar como médico al asesor de imagen. En el PRO esto es tan evidente que el solo hecho de que no lo sea en el caso de Lousteau ya parece una innovación creativa. La falta de inventiva del PRO se prueba fácilmente en la forma impertérrita con que Rodríguez Larreta repitió un discurso (los que recibieron su llamado de teléfono dan fe de que sólo puede expresarse en lo que, en otras latitudes, se llama “lengua de madera”). Probablemente Rodríguez Larreta crea que importa poco, que lo que le transfiere Macri vale sin sofisticar ni un toque las fórmulas de la jerga burocrática en su actual manifestación “gentista”. Fiel camarada de Macri, Rodríguez Larreta no necesitó inventarse como político ni cambiar nada.
Pero si el disgusto de Macri ante el desafío de Lousteau proviene de que se siente retrasado en la dimensión territorial de su campaña, es porque desconfía. Me atrevo a decir que está descubriendo los límites que le ha trazado la esfera de sus asesores y de los jóvenes tycoons con más desparpajo que experiencia. La experiencia no es un defecto de los viejos, sino un capital de los que saben. Y no es necesario tener 60 años. A los 40 es posible haber aprendido bastante.
La única invención política de esta campaña fue, en efecto, la de Lousteau. Tomó las apuestas y no dijo cualquier cosa para ganarlas. Eligió temas y, dentro del tembladeral discursivo que es hoy la política, definió problemas. Es explicable que Rodríguez Larreta se haya negado a debatir con este hombre que no tiene nada que perder y todo (en la victoria o la derrota) para ganar. Pobre Rodríguez Larreta: no es el debate su jardincito florido. Y es casi cruel pedírselo cuando lo que está en juego es la oportunidad presidencial de su jefe. Esto lo saben bien todos aquellos que, de manera inédita, presionaron a Lousteau para que se retirara del ballottage.
Con una mirada optimista, en cambio, digo: “Estuvo buena Buenos Aires cuando pudo ejercer su derecho a elegir entre candidatos”.
Jorge Fontevecchia no hace su habitual contratapa por encontrarse de viaje.