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Penurias

Estado de bienestar

No se puede entender a la Argentina sin entender al peronismo, pero no se puede entender al peronismo sin entender a Racing Club. Y Racing Club es un fenómeno muy difícil de entender.

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No se puede entender a la Argentina sin entender al peronismo, pero no se puede entender al peronismo sin entender a Racing Club. Y Racing Club es un fenómeno muy difícil de entender (“una pasión inexplicable”, así decía la bandera que sus hinchas colgaban y que dio comienzo a la costumbre de poner frases de amor en las tribunas).

En esta semana que pasó se produjo un nuevo avatar en la estrecha historia que existe entre Racing y el Estado benefactor justicialista, de la que resultó por ejemplo nada menos que el semimaracanense estadio de Avellaneda a mediados del siglo pasado. Ahora aconteció esto otro: el presidente testimonial Néstor Kirchner bajó literalmente de los cielos para ofrendar a los jugadores del plantel tres o cuatro plasmas de regalo. ¿Salieron campeones? No, le ganaron un partido a Boca. Pero una promesa había sido pronunciada y luego fue necesario cumplirla (por aquello de que “Perón cumple…”, etc.). Una promesa surgida de una combinación decisiva entre la informal campechanía de Estado (tradición peronista representada por Kirchner) y la socarrona picardía popular (tradición peronista encarnada por Caruso Lombardi). Los plasmas llegaron y el pacto se confirmó: primero la Patria, después el Movimiento y después el Club; y todo en celeste y blanco.

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Hizo falta en 2001 que el Estado nacional colapsara y que la irrealidad total se tragara a la sociedad argentina para que pudiese pasar lo que pasó: que saliera campeón Racing. Vuelto a la senda de la penuria renovada, la Academia vivifica esa condición tan argentina de zozobra estable y de angustia, su destino de grandeza siempre diferido y ausente.

Racing nunca se acabará, y el peronismo tampoco.