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Euforia y depresión

Los vimos agarrarse la cabeza, desesperados, dejando que los aplastara el más profundo desasosiego. Así los vimos: aniquilados, no pudiendo creer lo que veían en las pantallas planas ni lo que oían en sus celulares de última generación. Pero después, no mucho después, los vimos reír con alivio, con esa risa un poco tonta que tienen siempre los que acaban de pasar un buen susto.

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Los vimos agarrarse la cabeza, desesperados, dejando que los aplastara el más profundo desasosiego. Así los vimos: aniquilados, no pudiendo creer lo que veían en las pantallas planas ni lo que oían en sus celulares de última generación. Pero después, no mucho después, los vimos reír con alivio, con esa risa un poco tonta que tienen siempre los que acaban de pasar un buen susto. Eran los mismos, o eran perfectamente intercambiables; eran los operadores de Bolsa del mundo siguiendo los vaivenes de la ciclotimia de mercado. En Tokio, en Frankfurt, en San Pablo, en Nueva York, constataban de qué modo los mercados descreían primero del salvataje de George W. Bush y confiaban más tarde en el salvataje europeo, acaso para después apocarse de nuevo y acaso para después volver a repuntar. Las dos escenas, la de los operadores de Bolsa gimientes y pasmados y la de los operadores de Bolsa en alborozo gentil, aunque opuestas y contrastantes, son en el fondo la misma, como lo son las máscaras de la tragedia y de la comedia en el teatro o la dicha y la desdicha en el pobre que padece de un trastorno bipolar.
¿Entonces qué?, ¿el capitalismo sigue? Parece que sí. Por supuesto que ha engendrado a sus propios sepultureros, como dijo con acierto hace tiempo Karl Marx. Pero a la par de esos sepultureros, vale decir el proletariado, que aguardan pala en mano a la vera de unas fosas ya cavadas, actúan con presteza los equipos de socorro; y otras veces, por qué no, los desenterradores y los resucitadores; y otras veces, por qué no, los gusanos carroñeros que hacen vida con lo muerto.
Una misma palabra se utiliza para definir la curva en declive de la economía mundial y el estado de ánimo del paciente bajoneado: es la palabra “depresión”. El cruce recurrente del lenguaje financiero con el lenguaje de la clínica del sujeto puede que explique, al menos en parte, que así como la palabra depresión acompaña las bajas, las caídas, los derrumbes de las Bolsas, la palabra “euforia” haya sido casi infaltable para referirse por estos días a las alzas, al repunte, a la presunta recuperación. Ninguna otra palabra se utilizó tanto. Y ninguna otra cosa actuaron tanto, ante los ojos avizores de la fotografía, los operadores de Bolsa de las más diversas latitudes del planeta. El mercado se euforiza y sus agentes también. Hay algo profundamente pavo en ese alborozo colectivo, como tiende a suceder con el alborozo que es de muchos y carece de motivos verdaderos. No es por nada que abunda asimismo la palabra burbuja cuando se habla del circuito financiero.
El ciclo ondulante de la euforia artificiosa y su correspondiente bajón, que es tan propio del ajetreo bursátil en tiempos de crisis, encuentra su inmediata correspondencia en el consumo social general de determinados estupefacientes. ¿No sería entonces en los avatares de la Bolsa y en las peripecias del narcotráfico donde el capitalismo está revelando, hoy por hoy, su verdadera cara, su más auténtica manera de ser? ¿No sería justamente allí donde la pura especulación nos hace saber que lo único que le importa al dinero es el dinero, y allí donde la consabida ley de la oferta y la demanda y la lógica implacable de la producción y el consumo están de veras funcionando a pleno? Habría que agregar tal vez a la guerra para poder así completar el panorama: el tráfico de armas y el consumo industrial de vidas humanas, sostenida según el caso con la euforia de las victorias o la depre de las batallas perdidas.