La selección nacional está a pasos de hacer historia en Río de Janeiro. El campeonato mundial de fútbol está a punto de terminar. A estas horas, hay un asunto excluyente: el partido entre la Argentina y Alemania en el Maracaná. Los triunfos obtenidos por el equipo dirigido por Alejandro Sabella hicieron revivir las emociones de aquellas otras conquistas de 1978 y 1986. Las escenas de júbilo y de unidad de una sociedad ávida de alegrías fueron el común denominador de cada victoria del equipo argentino. Son las mismas escenas de júbilo y unidad que se vivieron en cada uno de los países que tomaron parte del certamen cuando sus selecciones ganaron. El Mundial se ha transformado en un acontecimiento planetario que impacta por igual a todas las sociedades a las que, por un momento –y sólo por ese momento– une e iguala. Los sentimientos nacionales emergen con una fuerza irrefrenable: se canta el Himno con emoción y se lucen las camisetas con los colores de la bandera nacional con orgullo. Claro que mañana, todo esto habrá ingresado al pasado de nuestras vidas.
Una de las enseñanzas de este Mundial es que, a pesar de los triunfos que llevaron a la Selección hasta la final, la realidad tuvo una presencia implacable y dejó sin cobertura a todos los que desde el oficialismo se ilusionaron con la idea de que los goles de Messi, Di María e Higuain, o los penales atajados por Romero, serían un bálsamo que pondría a cubierto al Gobierno de las penurias que hoy padece. Es lo que, al fin y al cabo, pasa siempre. En 2002, la selección de Brasil obtuvo por quinta vez la Copa del Mundo, a pesar de lo cual, José Serra, el candidato oficialista de aquel entonces –gobernaba Fernando Henrique Cardoso–, fue derrotado por quien fue su oponente, Luiz Inácio Lula da Silva.
“Amado, de ahora en más, cada día será peor para vos”. Esas fueron las palabras que uno de sus colaboradores más estrechos le dijo al vicepresidente poco después de conocerse el procesamiento dictado por juez federal Ariel Lijo en la causa por la supuesta apropiación de la empresa Ciccone. A modo de confirmación de esa predicción certera, el bloque de senadores del Frente para la Victoria ha firmado esta semana el certificado de defunción política de Amado Boudou. Como lo reconoció en el reportaje que concedió ayer a La Nación el senador Miguel Angel Pichetto, jefe de la bancada oficialista, debió pedirle al vicepresidente que no presidiera la sesión en la que se trató y aprobó el proyecto de ley de inmunidad para los bancos centrales extranjeros. Tuvo que hacerlo en razón de una cuestión de Estado. La crónica recoge que para obtener la mayoría especial que se requería a los fines de tratar el proyecto sobre tablas, Pichetto habló con su par del radicalismo, Gerardo Morales, quien le señaló que la única forma de lograrlo era sin Boudou presidiendo la sesión.
Morales, quien en su condición de jefe de bancada no tiene límite de tiempo para hablar durante el debate, amenazó con recordar los puntos principales del dictamen del juez. En el primer intento por disuadir al vicepresidente, Pichetto fracasó. Terció entonces la senadora Gabriela Michetti, de muy buen trato con Juan Zabaleta, secretario de Boudou. La gestión de Michetti fue exitosa y el vicepresidente no bajó al recinto.
Lo del miércoles, durante el acto de conmemoración del aniversario de la declaración de la independencia, dejó a las claras el proceso de caída libre en el que se encuentra el vice. Su presencia en el palco incomodó a todos. El que nada pudo hacer para disimularlo fue el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo. Se entiende: Randazzo viene mostrando un ascenso persistente en las encuestas. Lo que menos quiere es verse mezclado con un individuo a quien, como varios de sus colegas, desprecia. Boudou está convencido de que el ministro es uno de los por él llamados “machos del off”.
La sobreactuación de Boudou en el discurso que pronunció el 9 de Julio fue penosa. Según reveló WikiLeaks, la embajadora Wilma Martínez despachó un cable el 5 de noviembre de 2009, en el que consignó, entre otras cosas, las siguientes: “Durante la entrevista, Boudou se manifestó abiertamente pronorteamericano, aunque agregó que debe cuidarse de no manifestarlo en público”; “Boudou dijo que le gusta esquiar todas las temporadas en Aspen y surfear en las playas del área de San Diego”; “también se describió como un fanático del fútbol americano y habló más inglés de lo que hemos visto hasta ahora, aunque claramente se siente más cómodo en español”. Por eso, escucharlo decir en su pieza oratoria –si es que así se puede llamar al desvaído parloteo del vicepresidente– que “en otras épocas teníamos ministros que iban a Washington a sacarse fotos en la alfombra roja” y que “hoy tenemos ministros que van a plantear las necesidades del país, con toda la voluntad de pago, pero no lo vamos a hacer a expensas del pueblo”, hizo recordar la famosa frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios, pero si no le gustan, puedo cambiarlos”.
En el vuelo que los traía de vuelta a Buenos Aires desde Tucumán, la tensión era indisimulable. “Boudou abordó el avión exultante. Nadie sabía qué festejaba”, señala una voz del kirchnerismo allí presente. “Al fin y al cabo, es un disc jockey”, murmuró entonces uno de los ministros que compartieron ese viaje, que se hizo interminable e insoportable. Al parecer, Boudou y Randazzo quedaron sentados en la misma fila, sólo separados por el pasillo. La tensión fue in crescendo. Por eso muchos funcionarios prefirieron abrir sus tablets y los diarios para enfrascarse en lecturas aisladoras.
En el kirchnerismo, nadie sabe a ciencia cierta hasta cuándo Cristina Fernández de Kirchner tolerará esta situación que afecta no sólo a su gobierno y a ella, sino también a quienes vayan a ser sus candidatos en 2015. De hecho, la semana que comienza le genera un verdadero problema, ya que debe viajar el miércoles a Brasilia para tomar parte de la trascendente reunión del grupo Brics, integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Por lo tanto, Boudou quedará a cargo de la presidencia de la Nación. ¡Qué bochorno!
Producción periodística: Guido Baistrocchi.