Hace unos años, el perturbador libro Freakonomics del economista norteamericano Steven Levitt llegó a mis manos para desafiar mis más arraigadas ideas y posiciones de vida, y en su lectura experimenté estados de confusión mental en los que combinaba prejuicio, bronca, contrariedad y el renacer de nuevas convicciones personales. En un capítulo que lleva el astuto título de “¿Adónde han ido todos los criminales?”, el autor avanza hasta el hueso mismo de otro problema social, como es “el aborto”, imponiéndolo como variable para justificar sus más recalcitrantes raíces utilitarias.
En un primer momento apela como ejemplo a la desafortunada decisión política del dictador comunista de Rumania N. Ceaucescu de declarar al “feto como propiedad de toda la sociedad”, y abandonar así leyes liberales que permitían la interrupción del embarazo, al estimar erróneamente que con esa nueva política demográfica la población aumentaría creando un Nuevo Hombre Socialista que le diera continuidad a la nación; para luego señalar que los niños nacidos después de tal medida tenían mayores probabilidades de convertirse en criminales dada la pobreza imperante, y que ya jóvenes manifestaron insatisfacciones sociales que los rebelaron contra el régimen, dando captura y muerte a quien les permitió la vida.
Seguidamente, aborda el tema de los crecientes y preocupantes índices de crímenes que se registraban en la ciudad de Nueva York en la década de 1980 (2 mil asesinatos al año, a manos de pandillas juveniles en los barrios más desfavorecidos, de población negra). En aquel contexto, el alcalde Rudolph Giuliani implementó la innovadora política de seguridad conocida como “la teoría de la ventana rota” basada en la “tolerancia cero” contra cualquier tipo de acción ilegal, independientemente de su gravedad (abarcando desde colarse en el metro hasta los delitos tipificados como de mayor castigo). Así pues, cuando todos los especialistas preanunciaban un importante aumento del delito durante los 90, se produjo una caída espectacular y sostenida de los crímenes, en especial de los homicidios, lo que condujo a aquel funcionario a adjudicarse el éxito por llevar adelante dichas políticas; pero Levitt pondría en duda esos argumentos, afirmando que en realidad se ha pasado por alto un hecho ocurrido en 1973 y cuyas consecuencias recién son observables; según relata, aquel año el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictó fallo en el caso conocido como “Roe c/ Wade” que legalizó el aborto repentinamente en todo el país, lo que permitió a millones de mujeres pobres interrumpir sus embarazos; así, la baja del delito es consecuencia directa de una generación completa de niños pobres no nacidos que tendría ya para aquellos años entre 20 y 25 años.
Quienes utilizan el aborto como “excusa” para orientar resultados legislativos muestran descarnadamente sus miserias ideológicas, al no blanquear que detrás de ello se esconde un negocio multimillonario de instituciones y empresas vinculadas a la salud que optimizarán sus beneficios incursionando en la industria legalizada de la muerte. Por su parte, los sectores de izquierda intentan diferenciarse en el discurso bajo el paraguas del “progresismo”, pero persiguen idénticos resultados, siendo funcionales a aquella mentalidad capitalista que tanto detestan. Evidentemente, los extremos ideológicos acuden a las “personas por nacer” como variable de ajuste a problemas sociales que no han sabido resolver ni discutir seriamente, como son la justa distribución de la riqueza, el acceso a la educación, a la salud y a condiciones de vida dignas para las poblaciones más vulnerables. Por lo visto, la triste consigna es: “Malograr al hombre prematuramente para no tener que lidiar con él en el futuro”, ya que deja expuestas sus ineptitudes como dirigentes.
*Politólogo (UNRC).