Frente al papel en blanco y la obligación de entregar el texto ya, sin excusa alguna, ¿qué puede hacer la desesperada escriba? Sugerencias: apoyar los codos en la mesa, las manos en los ojos (cerrados) y las esperanzas en los brazos del Señor Todopoderoso. Si junto con todo esto se murmura una oración llena pero re-llena de ilusión y ánimo, puede ser que los dioses y sobre todo las diosas, que son más generosas, se apiaden y le manden a la doliente una tajada de inspiración. Pero buena, efectiva, seria, útil y fértil, para terminar con dos graves, que parece que son más efectivas al momento de impetrar a los habitantes de los empíreos, sea cual fuere la creencia de cada quien. Lo malo es que una no ha creído nunca en eso que llaman “inspiración”. No existe, dicen las (y los) incrédulas. Lo que sí existe es el laburo, agregan, con cierta inclinación hacia el lunfardo tratando de llegar a los más diversos públicos. Y, sí, estamos de acuerdo. Eso sí, con ciertos matices indispensables. La inspiración sin laburo no existe. Lo malo es que el laburo sin inspiración, tampoco. La cuestión, parece, está un poco desligada del centro de las diversas opiniones. Lo cual significa, como en otros puntos multifacéticos, que puede (y debe) decirse casi todo al respecto. Y eso trae aparejado el inmenso placer de dejar de lado las reglas y meterse en los caprichos. Ahí es donde a una le suena el nombre de un tal Picasso y el de un tal Goya, y se dice pues vamos con los caprichos. Con lo cual todo queda dicho, en lo formal y en el carozo de la cuestión. Ahí le dejo a esos dos señores muy importantes y dejo que usted saque sus propias conclusiones.