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Extrañas costumbres vienesas

Las comparaciones son odiosas, pero ayudan a atemperar el aislamiento y el provincianismo.

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Viajar por tierras lejanas invita a la nostalgia del hogar pero también a las odiosas e inevitables comparaciones. Más aún cuando se viaja a un festival de cine, donde cada película funciona como una ventana hacia otro mundo, de tal modo que la extrañeza del viajero se eleva al cuadrado. Esta descripción un tanto cursi sirve de marco para lo ocurrido hace unos días durante la Viennale, el prestigioso festival de la capital austríaca, dirigido por nuestro amigo Hans Hurch.
A pesar de que la represión contra el cigarrillo se extiende como una mancha por todo el planeta, en Viena todavía se puede fumar en los lugares públicos y no hay señales de que esta mala costumbre para la salud pero buena para la libertad cambie en un futuro cercano. Tan anómala es la situación que la ciudad empieza a ser considerada la capital del cigarrillo. L’udienza è aperta, un film de Vincenzo Marra, narra el proceso a unos mafiosos napolitanos. En el tribunal está prohibido fumar, pero la tensión laboral hace exclamar a una jueza: “Así no se puede vivir, hay que irse a fumar a Viena”. Más contundente es el cortometraje que el festival le encargó al francés Leos Carax para pasar antes de las películas. Allí aparece el cineasta fumando frente a una computadora. Se pone los anteojos, se acomoda y escribe en la pantalla, con letra bien grande “Tonight I Quit Smoking” (“Esta noche dejo de fumar”). Para probarlo, toma un cenicero y apaga el cigarrillo con gestos ampulosos. A continuación, abre un cajón del escritorio, saca un revólver y se pega un tiro en la sien. La película se llama Mi último minuto.
Como parte de las celebraciones por el 250 aniversario del nacimiento de Mozart, la ciudad de Viena le encomendó a Peter Sellars –reconocido director teatral y régisseur– la dirección artística de un festival multidisciplinario (música, teatro, danza, cine, artes visuales y arquitectura) que no homenajeará al músico interpretando sus obras sino mediante el estreno de trabajos especialmente encargados, que siguen los temas y las ideas de sus últimas composiciones. En palabras de Simon Field, curador de la sección cinematográfica, se trata de explorar “la magia y la transformación, el perdón y la reconciliación, el reconocimiento de los muertos”. El festival se llamará New Crowned Hope, igual que una logia masónica y revolucionaria de la que Mozart formó parte.
Una de la películas comisionadas es Daratt (La estación seca), de Mahamat-Saleh Haroun, cineasta de Chad. Está inspirada en La clemencia de Tito y su argumento es más o menos el siguiente: en una aldea africana, la radio transmite un comunicado del gobierno que anuncia una amnistía general para los culpables de atrocidades contra la población durante la última guerra civil. Disconforme con la medida, un anciano ciego apaga la radio y le entrega un revólver a Atim, su nieto adolescente, y le ordena utilizarlo para matar al torturador y asesino de su padre. El muchacho viaja a la capital y se emplea en la panadería de su enemigo. Pero éste y su mujer, ignorantes de su origen, se encariñan con él y deciden adoptarlo como hijo. Al final, valiéndose de un engaño, Atim conduce al panadero hasta su abuelo, que, al oír a los personajes aproximarse adivina de quién se trata y supone que el criminal será ejecutado en su presencia. Pero Atim dispara al aire y el ciego cree que ha cumplido con su mandato. Sellars escribe en el catálogo del festival: “Creíamos que La clemencia de Tito era una alucinación hasta que Nelson Mandela se convirtió en el presidente de Sudáfrica y declaró que el ciclo de la muerte debía detenerse. Su Comisión de la Verdad y la Reconciliación, en la que los perpetradores se enfrentaron cara a cara con los familiares de las víctimas, midió las posibilidades y los límites del perdón en nuestra época”. Efectivamente, las comparaciones son odiosas, pero ayudan a atemperar un poco el aislamiento y el provincianismo.