Le llevó menos de 12 horas al gobierno turco, apoyado por masivas protestas, sofocar definitivamente el golpe de Estado liderado por una facción de militares. Lo que comenzó como una sorpresa y un ataque militar coordinado sobre instituciones clave del poder en la capital Ankara, Estambul y la ciudad veraniega de Marmaris, terminó en un desastre para los golpistas, muchos de los cuales fueron abatidos, escaparon o fueron arrestados. El golpe fue repelido en especial por las masas que tomaron las calles y el apoyo cruzado de fuerzas políticas que denunciaron la intentona.
El golpe sumergió a Turquía en una tormenta geopolítica que no sólo amenaza la estabilidad de la región, la OTAN y la “guerra contra el terror”, sino también las relaciones bilaterales con Estados Unidos. El fallido golpe también genera dudas sobre la estabilidad de Turquía, incluyendo el futuro de su democracia y las relaciones entre el gobernante e islamista partido AK, su rol al frente de un gobierno tradicionalmente secular y el alguna vez poderoso Ejército.
Poco después de sofocar el golpe, el gobierno de Erdogan lanzó una “purga” para “limpiar” el Estado y sus instituciones de traidores. La purga alcanzó al menos a sesenta mil empleados civiles, jueces, fiscales, personal de seguridad, gobernadores, policías, docentes y algunas personas del círculo más cercano de las oficinas del presidente y el primer ministro.
El gobierno sostiene que quienes fueron despedidos o arrestados participaron del golpe o conspiraron para legitimarlo si llegaba a triunfar. Otros han sido acusados de pertenecer a una organización terrorista, el Movimiento Gülen, liderado por el clérigo musulmán Fethullah Gülen, quien vive en el exilio en Estados Unidos y el gobierno acusa de haber urdido la subversión de la democracia turca y el Estado de Derecho desde fuera del país. Erdogan quiere extraditarlo. Más allá de que voceros estadounidenses expresaron su apoyo al gobierno democráticamente electo de Turquía, el tema de Gülen creará con seguridad chispazos entre ambos países.
Los críticos de Erdogan han observado con alarma la escala de la represión del gobierno, que ha alcanzado a individuos fuera de los servicios de seguridad o militares. Algunos están preocupados con la posibilidad de que el presidente utilice al golpe como excusa para aplastar a la oposición política, incluyendo a periodistas, docentes, académicos y jueces.
El fallido golpe ciertamente va a incrementar las tensiones entre el gobierno, la Unión Europea y la OTAN. Turquía es la piedra angular de los esfuerzos internacionales para combatir a Estado Islámico. Una Turquía preocupada con su inestabilidad doméstica, parcularmente el temor a una insurrección militar, no daría tanta prioridad a las guerras en sus vecinos Irak y Siria.
Pero quizás el futuro más incierto es el de la democracia turca. Alguna vez considerada un faro para la región, particularmente por su capacidad para incubar partidos islamistas, la forma en que el gobierno ha enfrentado el golpe, su compromiso con el Estado de Derecho, la libertad de prensa y la pluralidad de políticos partidos, estará aún más bajo el escrutinio de Bruselas y Washington.
En los últimos años hubo una creciente preocupación en las organizaciones de derechos humanos sobre la deriva autoritaria del gobierno de Erdogan, una circunstancia negada por el presidente y sus seguidores. Cómo Turquía lidie con este golpe será una prueba real de esta situación.
Erdogan quiere llevar al país a una democracia más presidencialista, alejándola del sistema parlamentarista que ha sido hasta ahora la norma. Esta intentona golpista puede darle el apoyo popular para impulsar su cambio. También puede darle la oportunidad de sacarle poder a los militares definitivamente. Muchos han celebrado el fracaso del golpe como una victoria de la democracia. Sólo el tiempo dirá en qué dirección marchará el país.
*Periodista egipcio. Premio PERFIL a la Libertad de Expresión por su cobertura de la Primavera Arabe en su país, que en su momento le valió ser encarcelado por el gobierno de Hosni Mubarak.