El señor que recibe las cartas de lectores se ofende porque hace una semana esta sección acató la sugerencia editorial de manifestarse sobre Vargas Llosa. Andrew Graham Yooll nos acusa de que nuestras opiniones “no diferían mucho entre sí” (una pena) y “pecaban de una pobreza intelectual que no merecían ni los autores ni los lectores ni los seguidores de esos escritores” (ejerciendo una dudosa representación de los deseos de todos estos presuntos seguidores, mas no aclarando dónde radica la pobreza). También nos insulta: “Que quieran parecer de izquierda está muy bien, sólo significa encolumnarse en una moda”. Para él, derecha e izquierda parecen ser colores de temporada o gustos de helados y no posiciones acerca de lo que es más justo, y minimiza las decisiones que nos llevan a ser las personas que somos, o más bien nos refriega –sin conocernos ni de vista– que estamos tratando de “impostar” quiénes somos. Se queja porque “que una sección llamada Escritores produzca opinión a coro y eso deba percibirse como polémica refleja lo poco que tenemos”. Esto es una aberración bestial y mal meditada.
El acto de la escritura es un acto extraño en el que confluyen distintas actividades humanas. Algunas tienen que ver con lo artístico, que es casi lo mismo que decir lo lúdico (el juego redime y libera), otras tienen que ver con lo represivo (las gramáticas aprietan y someten pero permiten ver el mundo como forma); otras pueden tener que ver con la confrontación (cuando la escritura expone ideas en choque con una comunidad de sentido). Y otras –tal vez las más fundamentales, las que distinguen a un buen escritor de uno mediocre– tienen que ver con la invención. Cuando la escritura se ocupa de inventar imágenes –de imaginar– deviene un acto fuertemente político. Pero Graham-Yooll no dice: “¡Pobres intelectuales, imaginan pobremente!” Su acusación es vana, ya que antepone una de las funciones del escribir (el fervor por las ideas) por sobre las otras. Es lícito que no le guste lo que lee, pero ¿con qué derecho achica la función del intelectual para que se parezca a la suya? A seis escritores no les cae del todo bien este Vargas Llosa. ¿Y? Tal vez sea lo único que sus inteligencias manifiesten en común. Lamento que Graham-Yooll no pueda rascar de aquí polémica alguna. Pero, ¿no mea fuera del tarro cuando infiere sin pruebas que “el escritor de nuestro tiempo, no debe aceptar la supina situación de una generación perdida por falta de ideas: tiene como deber salir a buscar temas para la polémica, donde el debate sea amplio y vigoroso”?
No. Ningún escritor tiene per se ese deber. O mejor dicho: tiene tantos deberes contradictorios como cortes se elijan hacer en la complejidad de ese acto de escribir. Me da risa entrar en la misma generación que la querida Gorodischer. ¿Una generación perdida? ¿Falta de ideas? Los debates similares en la historia de cualquier país (casualmente hago una obra sobre el duelo fabuloso de 1891 entre Schiaffino y Auzón) revelan que llega una edad en la que las personas gustan pensar que las ideas de la generación posterior no tienen valor. Es esa edad que suele llamarse la del viejo choto. Ojo que esto está muy documentado y la historia se encarga de hacer payasos de quienes se regodean en su miopía.
Este diario (que no leo porque no me gusta casi nada) me contrata para ejercer el acto libre de escribir. Lo más maravilloso del suplemento no es su polémica en potencia, sino su capacidad de mirar donde no mira el sentido común, atrapado por los contornos de una recalcitrante medianía, que –como hoy– Graham-Yooll recoge y ensalza al elegir las cartas que elige. ¿Cómo es ese intelectual que añora Graham-Yooll, tal vez pisando en falso la edad descripta más arriba? ¿Quién decide qué es tener ideas y qué es no tenerlas? ¿Sabe Graham-Yooll si los intelectuales ‘deben’ celebrar o repudiar a un Nobel, revelar la cifra de la inflación oculta, cuestionar el principio autoorganizativo por el cual un solitón forma un tsunami feo e injusto? ¿Tener ideas es polemizar, incluso cuando el tema nos parezca irrelevante, bobamente politizable o de muy fácil, facilísimo consumo?
Graham-Yooll nos alecciona y nos manda a leer a Quintín (un gran polemista que, en cambio, lamentablemente, no nos ha brindado su arte en forma de novelas, poemas, guiones o dramas), y supone así que a todo el que escribe le deben pagar por polemizar. Yo, que tengo un trabajo artístico que considero envidiable, y que veo polémicas (vacuas, astutas, falaces, diseñadas) hasta en la sopa, prefiero preservar este suplemento para otros asuntos.