La trágica guerra entre Israel y el grupo terrorista Hamas a comienzos de 2009 ha sacudido el espectro del antisemitismo en América Latina. Diversos grupos se han escudado en el pretexto de las acciones israelíes para dar rienda suelta a su prédica y su práctica intolerante.
Una de sus expresiones más recientes fue el ataque perpetrado por un grupo autodenominado de izquierda que irrumpió con violencia al estilo de una banda de camisas negras durante una celebración callejera convocada por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires el 17 de mayo último.
Este incidente sirve para ilustrar el fenómeno del “nuevo antisemitismo”, que conjuga una prédica que niega el derecho de Israel a existir. Por supuesto, estos grupos se llaman a sí mismos “antisionistas”; exactamente igual que como se llamaba a sí mismo Walter Beveraggi Allende, un ultraderechista que en la década de 1970 se hizo famoso por haber redactado el Plan Andinia. Este libelo describía un supuesto plan judío para apoderarse de la Patagonia con el objeto de crear allí un nuevo Estado judío. Beveraggi Allende solía decir que él no era antisemita, sino antisionista.
Ya en 1967, Martin Luther King señaló: “Tú dices, amigo mío, que no odias a los judíos, que sólo eres antisionista. Y yo digo: cuando la gente critica al sionismo, se refiere en realidad a los judíos”.
Este “nuevo antisemitismo” es el complemento de la prédica brutal de Ahmadinejad, quien no oculta su deseo de borrar a Israel del mapa, además de negar el Holocausto. Los cómplices de Ahmadinejad no utilizan ese lenguaje, pero sí demonizan al Estado judío y lo hacen responsable único y absoluto de la violencia y la inestabilidad en Medio Oriente. En nuestra región, Ahmadinejad cuenta con aliados de peso. El más destacado es el presidente venezolano Hugo Chávez, cuyo gobierno tolera, cuanto menos si no promueve, ataques sistemáticos contra la comunidad judía de Venezuela. Recordemos cómo Néstor Kirchner y Cristina Kirchner intercedieron para que Chávez tuviera diálogo con la comunidad judía venezolana. Un gesto humanitario muy valioso que no debe eclipsar una realidad alarmante: ciudadanos venezolanos judíos necesitaron la intervención de mandatarios extranjeros para dialogar con su propio gobierno. ¿Alguien se imagina que los judíos argentinos tuviéramos que recurrir a los buenos oficios de un presidente extranjero para hablar con nuestro gobierno?
Con la excusa de la guerra en Gaza, en enero de este año se publicó en un sitio web chavista un plan de acción contra los judíos venezolanos que promovía la confiscación de sus propiedades; pocos días más tarde, en Caracas, una banda de delincuentes armados profanó una sinagoga, destruyó elementos rituales y pintó consignas antisemitas. ¿En eso consistía el “antisionismo”?
Recientemente, Argentina ha vuelto a ser escenario de ataques antisemitas; entre los más graves se cuenta el “escrache” contra un empresario judío, Eduardo Elsztain, llevado a cabo por la agrupación Convergencia Socialista (más justo sería llamarla “nacional-socialista”) bajo el pretexto de “poner sitio a los que financian el sitio en Gaza”. La pregunta que queda desde entonces es si se trata de un hecho aislado o si se ha sentado un precedente. Claro está que no hay razones por las cuales no se pueda criticar las políticas israelíes; lo que se demanda es que la vara que se utilice para ponderar las acciones de Israel sea la misma que se utiliza para medir las de cualquier otro país. Nada más que eso, nada menos que eso.
En toda sociedad democrática hay grupos intolerantes que llevan a cabo acciones violentas originadas en un discurso de odio contra las minorías. La distinción que debemos formular radica en cómo reaccionan los gobiernos ante esos incidentes, tanto para evitarlos como para sancionarlos. Creo que un cuarto de siglo de vida en democracia no han sido en vano, y que, pese a todo, en Argentina avanzamos en una buena dirección para aislar y condenar la intolerancia. Pero no debemos bajar los brazos, porque la tolerancia, la coexistencia y el respeto por la diversidad se construyen con nuestras pequeñas acciones cada día de nuestras vidas.
*Director para América Latina de la Centro Simon Wiesenthal.