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Farsas en la fatigada arena de la grieta

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Magnicidio. Para algunos ha sido una brutal conspiración, para otros, una farsa. | Pablo Cuarterolo

Los hechos describen un grave y repudiable atentado contra la vida de la vicepresidenta, y con ello, un intento de desestabilización política de las instituciones democráticas de nuestro país. Por ahora, ante la opinión pública, son pocas las respuestas acerca de los motivos, las causas, las circunstancias y los mecanismos que hicieron posible dicho atentado. Quizá por ignorancia o por el debido cuidado al proceso judicial. En cualquier caso, los hechos que nos perturban deben ser resueltos a través de una investigación profesional, eficiente e inobjetable.

Pero acaso, ¿eso es posible? Y si lo fuera en este caso, tal como lo ha sido en otros, ¿sus resultados serían creíbles o al menos respetados en cuanto a su sentido de justicia por los portavoces políticos y comunicacionales de las partes en pugna? Al menos la duda, cuando no la certeza de que ello dista de poder ocurrir, constituye no solo el signo de un largo y agotador deterioro económico, sino también la expresión de una decadencia política, cuyo fin de ciclo –por fortuna– parece cada vez más cercano.  

Por ahora, los relatos de la grieta dominan la escena, la opinión pública dicta sentencia sumarial partida y los portavoces políticos y de la comunicación se subordinan a sus audiencias. Para algunos, todo ha sido y es una farsa perversa y mal intencionada; mientras que, para otros, se trata de una brutal conspiración o, incluso, de la obra de una trastornada víctima involuntaria de los “discursos de odio” generados por los poderes fácticos.

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La verdad sobre los hechos poco importa, mucho menos cualquier verdad razonable que surja de la investigación judicial. Una vez más, el relato político de grupos ideologizados que luchan por el poder simbólico, y eventualmente fáctico, que se logra al silenciar o bloquear a las audiencias contrarias; incluso también a aquellos públicos que por diferentes motivaciones ponen en duda, sospechan o se presentan distantes o indiferentes ante las parodias discursivas que montan los principales protagonistas de la polarización política. A mi juicio, lejos estamos del imperio del odio, lo que en realidad parece dominar son las estrategias políticas de silenciamiento, y con ello un efectivo y disciplinado acallamiento de las urgentes demandas sociales ciudadanas.

No es la sociedad en general, ni son los medios de comunicación, ni los mercados, ni mucho menos el Poder Judicial –aunque tales instancias puedan funcionar como armas cruciales– los principalmente responsables de montar estos signos de autoritarismo político, expresión de una más profunda decadencia moral. Son justamente los principales referentes políticos, sus militancias y sus más cercanas audiencias los que promueven y parecen sentirse cómodos con el pírrico espacio de poder que promete la arena discursiva de la grieta. En este contexto, el actual Estado –gobierno también– toma partido, quedando como protagonista y víctima a la vez de una facciosa lógica política.

De este modo, el dramático y repudiable atentado contra la vicepresidenta –y contra el sistema democrático– no solo no parece alterar el empobrecido proceso político que lo precedió sino que, por el contrario, todo indica que el hecho motiva a los actores a aprovechar las potencialidades de la grieta. La promesa política de unos y otros sobre la unión de los argentinos alrededor de causas comunes superiores sigue estando lejos de ser un proyecto con sentido de realidad.

En efecto, poco les importa a nuestras dirigencias atender, ocuparse y resolver los problemas reales –presentes y futuros– de una ciudadanía empobrecida, fatigada, desilusionada, carente de un horizonte cierto en el marco de un proyecto común de nación. Por el contrario, la farsa hecha parodia sigue ocupando gran parte del tiempo socialmente necesario que se requiere para alcanzar diagnósticos acertados, autocríticas compartidas, contraposición de ideas, debates ciudadanos abiertos, consensos mínimos y acciones políticas conducentes.

Ahora bien, tal como hemos analizado en una nota anterior en este mismo medio, nuevos aires parecen comenzar a instalarse frente a un inminente fin de ciclo que genera la fatiga de una grieta vacía de nuevos relatos. Un sistema social en estado de crisis, sometido a desequilibrios cada vez más inestables, que descarta la cooperación como dispositivo de moderación, solo encuentra salida bajo un nuevo orden moral y político capaz de ofrecer un nuevo equilibrio dinámico. La buena noticia es que, si el cambio es tan necesario como posible, se trata de un proceso social que ya estaría gestándose entre nosotros, y algunas señales de orden público parecen evidenciarlo.

*Observatorio de la Deuda Social Argentina-UCA/UBA-Conicet.