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estoicismos

Fascismo aeronáutico

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No quisiera que se entendieran las siguientes líneas como una defensa de la Srta. Xipolitakis, a quien no contrataría ni para que limpiara mi inodoro. Su miserabilidad y su vileza, al difundir un video que comprometía el trabajo de dos personas, ha quedado suficientemente demostrada.

Todas las “celebridades”, ahora lo sabemos, son invitadas a la cabina. Yo mismo, cuando era un niño, fui invitado varias veces a visitar a los pilotos. Ahora, esas gentilezas comprometen la “seguridad” y el periodismo televisivo se rasga las vestiduras ante la gravedad de la intromisión de la Srta. Vicky en un ambiente supuestamente “estéril”. Se me dirá que no hay que pecar de bovarismo, pero en las películas de avión, siempre termina aterrizando el aparato una azafata descerebrada y valiente. Quiero decir: hay cosas más importantes de las cuales preocuparse en relación con los aviones.

El tratamiento que recibe cualquier pasajero de cualquier aerolínea en cualquier parte del mundo muestra que vivimos una situación propiamente concentracionaria: los aeropuertos y los aviones son espacios en los que somos despojados de todos nuestros derechos ciudadanos y somos tratados como terroristas enloquecidos, culpables antes de cualquier consideración: botellitas de agua no se pueden subir a los aviones, los desodorantes son incautados, así como los encendedores (yo siempre llevo dos, porque he comprobado que cuando descubren uno, ya se quedan tranquilos). Hay que sacarse los zapatos y someterse a escaneos con dispositivos cancerígenos. Hay que pasar todos los controles con una sonrisa y evitar toda protesta porque eso podría costarnos el vuelo y, todavía más, una prohibición a largo plazo.

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Ya en el cielo, hay que soportar estoicamente el suplicio de espacios cada vez más reducidos, la escasez de mantas y de almohadas, la impertinencia del personal de a bordo. Como si viajáramos en trenes de la muerte.