Me recomiendan no perder la calma, suspender los regalos que desequilibran todo presupuesto, comer mirando televisión, hacer de cuenta que no sucede nada especial para las fiestas. De más está decir que si estuviera a mi alcance una posibilidad semejante me quedaría encerrado en mi casa mirando películas temáticas y comiendo sanguchitos de miga.
Nada de eso es posible. Hay personas que se movilizan y atraviesan océanos. Hay que recibirlas. Prepararles cuartos. Pintar paredes. La ansiedad maternal se incrementa en proporción directa a los compromisos culinarios asumidos. Los hijos tienen problemas para transportarse y además pretenden quedar libres luego de la medianoche en “algún lugar razonable” para las parrandas que planean. Pero en el campo no hay transporte. Mucho más agradable sería quedarse contemplando las estrellas que salir corriendo a devolver la prole a sus excesos personales.
¡En el campo! Preparar una fiesta en el campo es, además, ponerse siempre a merced de las inclemencias climáticas: ¿lloverá?, ¿hará frío o calor?, ¿qué nos pondremos (me niego a considerar siquiera una rápida excursión a las tiendas de cualquier centro de compras).
Y la refrigeración es un problema: no hay heladera que aguante la cantidad de provisiones que hay que tener disponibles (porque, además, todos los negocios funcionan con horarios especiales y lo que no se ha acopiado hoy no se podrá tener mañana). Hay que decidir si comprar una heladera nueva o esperar que el plan canje propuesto desde las altas esferas gubernamentales (¡por fin una idea, pequeña pero efectiva!) se implemente.
En mi calendario personal, tres fiestas se suceden, implacables: Navidad, cumpleaños muy mal calculado de quien vive conmigo, y Año Nuevo. Esta vez, la crueldad ha querido que se sume, después de Reyes, un casamiento (¡en San Andrés de Giles!). Conclusión: dieciocho días de pesadilla social y familiar, mientras el trabajo (¡oh las profesiones liberales, oh la escritura!) se atrasa sin remedio.
He desconfiado siempre de los años pares, y éste que termina arrojándome en los brazos de la extenuación confirma todos mis reparos.