George Friedman, experto norteamericano en geopolítica, definió la estrategia de posicionamiento en el mundo de los norcoreanos como la de mostrarse feroces, débiles y locos.
Feroces, apareciendo ante el mundo como poseedores, o a punto de poseer, un devastador poder nuclear. Débiles, para dar la idea de que no importa lo feroces que sean, no tiene sentido atacarlos y destruirlos, porque se van a caer solos. Y locos, para dar a entender que responderles sería peligroso, dado que son capaces de hacer cualquier cosa con tal de mantener el poder.
No sé por qué recordé estos días aquella definición de Friedman y la asocié libremente con lo que sucede hoy con el posicionamiento del kirchnerismo.
El gobierno argentino también parece posicionarse como “feroz”, tratando de mostrar que tiene poder ilimitado, porque controla a gobernadores, intendentes, legisladores, con la caja fiscal y con el monopolio de la emisión de moneda. A la prensa, con el ahogo financiero de los independientes, con la compra ilegal de medios por parte de los amigos y con el uso y abuso del aparato de comunicación estatal. Y sumando, ahora, a lo que queda del Poder Judicial, con las reformas que saldrán del Congreso.
“Débiles”, presentándose víctima en su lucha desigual contra las “corpo” y sin voluntad ni capacidad para ir por la re-re y perpetuarse en el gobierno. Mientras se genera, en los círculos opositores, la impresión de que basta con sentarse a esperar que sigan cometiendo “errores no forzados” y “mala praxis”, para que pierdan las elecciones y se termine su poder.
Y “locos”, capaces de hacer cualquier cosa, de cometer cualquier arbitrariedad. De “escrachar” por cadena nacional a quienes piensan distinto. De perseguir a los “enemigos” con la AFIP o la Secretaría de Comercio. De desafiar fallos judiciales, locales o internacionales. De acordar con Irán. De agredir a empresas inversoras de países amigos, obligando a nuestros vecinos a tener “paciencia estratégica” (a los locos hay que seguirles la corriente).
Además, internamente deja trascender que una derrota catastrófica, o cualquier obligación de retroceder, los podría llevar a abandonar el poder y a que todo el desarreglo populista que han generado le explote a otro gobierno.
Justo es reconocer que, hasta ahora, esta estrategia resultó exitosa para conservar y ampliar el poder.
Pero claro, al igual que en Norcorea y salvando las distancias, esta estrategia tiene sus costos en la calidad de vida de los ciudadanos. Si bien, a diferencia de Corea del Norte, el sector externo agrícola y otros recursos naturales como la minería siguen proveyendo dólares para financiar importaciones y mantener en promedio un buen nivel de actividad económica, la Argentina lleva varios trimestres estancada. El empleo privado no crece, tampoco el salario real. Y la parte de “feroces” y “locos”, junto a la mala política económica, frenó sensiblemente la inversión, más allá de casos aislados, que reciben algún regalo extraordinario o que, ante la imposibilidad de girar dividendos, prefieren reinvertir sus utilidades acumuladas, antes que verlas “licuarse”.
La tasa de inflación, aunque desacelerada por los controles, se mantiene en los veintipico, mientras una parte de los tenedores de pesos que también “se quieren ir” incrementa la brecha cambiaria y las expectativas de inflación y/o devaluación.
Pero la propia experiencia norcoreana o venezolana indica que para terminar con un régimen no basta con marchas y deterioro de la economía, sobre todo si, como en nuestro caso, dicho deterioro es, al menos por ahora, suave.
El historiador británico Tony Judt, en su libro sobre la Europa de posguerra, recuerda que los nazis necesitaron apenas 1.500 administrativos y 6 mil soldados para controlar Francia, por ese entonces una nación de 35 millones de habitantes. Y que manejaron Noruega con sólo 806 alemanes.
Si enfrentan pasividad o complicidad, los “ejércitos de ocupación” o las elites dominantes son relativamente pequeños. Si los demás no actúan, porque temen la ferocidad, o creen en la debilidad o la locura, las cosas no cambian, en todo caso empeoran.
Termino estas líneas con una cita de Judt: “Toda política es el arte de lo posible. Pero el arte también tiene su ética”.