Una revista de la época misma de la guerra titulaba en uno de sus artículos “Para los Gurcas, estos cuchilleros correntinos”; cuyo equivalente actual sería “Para Silicon Valley, estos lavarropas de Tierra del Fuego”.
La Guerra de Malvinas fue recorrida como espectáculo. Estos supuestos asesinos de Corrientes posaban para la foto enfilados con sus cuchillos en mano. Como entiendo que en el ejército no se hace nada sin que un superior lo permita, la foto debe haberse preparado, avalado y autorizado por alguna autoridad de las fuerzas armadas. Para aquel gobierno de facto, como para cualquier gobierno de cualquier tipo en el mundo moderno, la opinión pública es clave, y mientras las posibilidades del presente lo permitan, las ficciones son importantes de sostener para cualquier gestión de gobierno.
En las televisiones nuevas una calcomanía decora los hogares donde dice “fabricado en AAE Tierra del Fuego” y cuyo dibujo acompaña un pequeño mapa de las islas Malvinas. Allí en esa zona se reciben las partes y luego se las junta para culminar ensamblando un televisor. En Argentina, una calcomanía con las Islas Malvinas es la mejor manera de representar una ficción, en donde un ensamblado simula un proceso industrial.
Para Galtieri debe haber sido una excitación demencial, una ficción a su medida. Algunos argentinos tenían la ilusión desproporcionada de una pensada victoria contra el Reino Unido, pero para él era un ofrecimiento de gloria sanmartiniano imposible de rechazar. Con él jugaban el juego esas masas descontroladas, aplaudiendo el viejo juego también ficcional de la plaza antiimperialista de Perón contra Braden. La historia puesta en movimiento en el presente, para hacer imposible evitar ir a la guerra, no con la cabeza, sino con el corazón perdido en el éxtasis popular.
Todos los conflictos anteriores posibles con las potencias eran sólo oratoria, un juego de nacionalistas y guerrilleros de todo tipo pero sin conflicto armado real. Los apoyos a los golpes de Estado se basaban en la utilización de socios locales y sin intervención real de esas fuerzas armadas.
La cultura antibritánica es previa a la antiyanqui. En las décadas de 1920 y 1930 nuestro país produjo una cantidad interesante de material de queja por el modo en que Argentina se posicionaba frente al viejo imperio británico. Desde niños muchos aprendíamos a odiarlos, tanto en la escuela como en las casas. La estructura cultural argentina estaba preparada hace años para la frase “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. El actor que hacía de presidente y los actores que hacían de pueblo representaban la ficción aprendida durante más de cincuenta años de que a los ingleses había que reventarlos. No es un asunto de inconciencia, es un problema educativo.
La tecnología que transmitía el discurso de Galtieri en vivo, la que además permitía grabarlo para que la repitieran los noticieros, las imprentas de los diarios, las armas de guerra y los aviones y los jeans que usaban los manifestantes mientras aplaudían la invitación de este hombre para que Thatcher viniera con su ejército, eran todas creaciones del imperialismo británico, yanqui y del que se quiera. Rodeados de su evolución y desarrollo, jugábamos como adolescentes al desafío de su derrota. La ficción de la soberanía se vestía con ropa del imperio y se pasaba por la tele con la tecnología comprada en el exterior.
Argentina tuvo en aquel entonces la posibilidad real de ingresar a una adultez próspera, de comprender de qué manera funcionaba el mundo. Los mismos militares que justificaban los abusos en el proceso de desaparición de personas por ser una guerra se quejaban de que el crucero General Belgrano había sido atacado fuera de la zona de exclusión. Los ingleses ni siquiera necesitaban responderle con palabras, esto es una guerra y les damos la bienvenida al mundo adulto de las potencias; esto no es una ficción, es una pura realidad.
No tengo manera de saber qué ha sucedido con esos cuchilleros correntinos en estos treinta y tres años, ni si han sobrevivido, pero sólo espero que sus vidas y la de sus familias hayan podido lograr algo de realidad en el territorio ficcional del país en que vivimos hace ya demasiado tiempo.
*Sociólogo. Director de Ipsos Mora y Araujo.