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Fin de año musical

La música de Mackintosh se deja escuchar incluso, sin necesidad de los prerrequisitos con los que mi oído no cumple.

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Música. | Unsplash | James Stamler

En los últimos meses de 2022 se editaron dos libros de crítica musical que no podrían ser más distintos. Uno es el segundo tomo de Vendiendo Inglaterra por una libra, la admirable, erudita y monumental obra de Norberto Cambiasso, cuyo primer volumen salió hace siete años (y todavía falta un tercero). Tanto el subtítulo del libro, “Una historia social del rock progresivo británico” como el del tomo dos, “Del revival al progressive folk” ponen de manifiesto que el autor se interesa por el progreso en la sociedad y en la música, esta vez en la que culmina en Genesis y Jethro Tull, dos grupos que tuvieron una amplia repercusión en la Argentina. Fueron tan populares que lograron que mi gusto musical se volviera completamente reaccionario: en algún momento decidí que si el futuro pasaba por el rock sinfónico o la música progresiva, lo mío era ir en sentido inverso, por lo que en años sucesivos no pasé de Los Beatles. Así fue como ignoré sistemáticamente todo el rock posterior: el punk, el post-punk, el kraut, el hip-hop, el dance hall, el jungle, el house, el grime y todo lo que el lector seguramente conoce.

Ese era el estado de las cosas cuando descubrí el segundo libro, Gritos de neón, de Kit Mackintosh, un inglés de 25 años que viene a proclamar la buena nueva que se refleja en el subtítulo: “Cómo el drill, el trap y el bashment hicieron que la música sea novedosa otra vez”. Aunque, desde luego, esas palabras me sonaban a jeringoso, lo leí entero porque es corto, porque la introducción de Simon Reynolds lo vende muy bien y la traducción de Micaela Ortelli lo hace muy legible. La escritura me hizo acordar a la buena crítica de cine, la que no es un ejercicio académico ni una disciplina auxiliar de la industria ni un discurso político, la que es en sí misma un acto de invención y, por lo tanto, puede ser parte del arte que retrata e incluso mejor. Mackintosh bautiza la nueva música como “psicodelia vocal” y sitúa su aparición a fines de la década pasada a partir del uso creativo del Auto-Tune, un dispositivo diseñado para mejorar digitalmente la afinación de los cantantes, cuyas posibilidades insospechadas exploraron simultáneamente músicos antillanos, estadounidenses y africanos. Mackintoh habla de géneros como el mumble rap, el drill (londinense y brookliniano), el frag rap, el rap dancehall o el trinibad, de una vuelta a la voz humana (distorsionada) como centro y del olvido definitivo del sampleo y la cita como fuentes. El mundo asociado a los gritos de neón tiene resonancias diversas, desde la evolución de las sensaciones en la era de la comunicación digital hasta sus drogas concomitantes, pasando por la violencia desaforada que rodea a alguno de estos ámbitos, en particular el jamaiquino, donde el pionero Vybz Kartel cumple una sentencia de prisión perpetua por homicidio, el gran innovador Tommy Lee Sparta, una de tres por posesión de armas y Rebel Sixx, su contraparte en Trinidad Tobago, fue asesinado a los 26 años, después de que Mackinstosh hubiera escrito que “la música de drogas suele presentarse en dos estadios: primero como farsa, después como tragedia”. Pero el libro es fascinante y la música de Mackintosh se deja escuchar muy bien, incluso sin necesidad de los prerrequisitos con los que mi oído no cumple.