Viene de ayer: Fin de la historia 1: sindicatos
El short twentieth century fue un concepto desarrollado por el célebre historiador inglés Eric Hobsbawm. El siglo XX fue corto porque prácticamente comenzó y terminó con el triunfo de la Revolución Rusa y la extinción de la Unión Soviética (1917-1991). La idea de que había una evolución para el capitalismo en el comunismo trascendió el devenir de la historia rusa, que pasó, en un solo siglo, de los zares a los soviets y a esta democracia imperfecta. Porque la Rusia soviética no fue un proyecto de un país, sino de una universalización ideológica que dividió al mundo entero en polos, que llevó a China y a la mitad de Africa al comunismo, que generó en Latinoamérica la guerrilla y su respuesta en forma de golpes de Estado, y creó los partidos comunistas en toda Europa continental, muy poderosos electoralmente durante décadas. Pero no solo atravesó los países y los partidos, que vieron en el comunismo una vía de progreso, sino que generó las condiciones para “terceras posiciones”, que en la Argentina se sintetizaron en la corporización del peronismo bajo el eslogan “Ni yanquis ni marxistas”.
También en la Argentina el siglo XX fue de comienzo tardío, se podría decir que comenzó en 1916, con la primera elección de voto general por la Ley Sáenz Peña y el fin de gobiernos conservadores, y terminó recién en 2015, cuando nuevamente un gobierno de derecha triunfó electoralmente después de 99 años.
Para el Papa, Macri es solo el significante de la globalización en Argentina
Una de las situaciones que caracterizan las diferencias entre países desarrollados y subdesarrollados se reflejó en la rapidez con que se dejó atrás el siglo XX y se asumió la globalización del capitalismo que generó la caída de la ex Unión Soviética. Como hay una distancia entre centro (desarrollado) y periferia (subdesarrollada), las ondas tardan más en expandirse cuanto más se alejan del centro, y es lógico que en Europa el siglo XX haya finalizado en los años 90 mientras que en algunos países latinoamericanos, recién en la segunda década del siglo XXI.
El financiamiento con la droga de las FARC, el aumento del precio de las materias primas, que dio aire al socialismo bolivariano y al kirchnerismo, y la épica que significó la llegada de un obrero a la presidencia de Brasil estiraron el fin del siglo XX. Pero ahora el peronismo no kirchnerista también se ve afectado por ese fin de la historia tardíamente llegado a Latinoamérica, porque la tercera posición de Perón solo se puede mantener en la medida en que existan otras dos posiciones.
De la misma forma que el sindicalismo peronista se sostenía bajo la amenaza del comunismo y ya sin el fantasma de un posible colapso del capitalismo, el sindicalismo de izquierda dejó de ser revolucionario, al ya no haber más expectativa de una futura patria socialista, los popes septuagenarios del sindicalismo peronista que recaudaban a cambio del servicio de contención de los sindicatos de izquierda comenzaron a quedarse sin trabajo.
Durante el siglo XX, el comunismo no solo fue la economía planificada de los países donde gobernó, sino que también representó la permanente asechanza frente a cualquier injusticia social en los países donde no gobernaba. Pero terminó siendo derrocado económica y, por ende, militarmente porque la forma de vida que proponía no era deseable para las sociedades modernas y hedonistas, donde el consumo es el principal bálsamo a la angustia.
Y es el consumo como panacea global ante lo que el papa Francisco se rebela, con la mala suerte de coincidir en su país con un presidente como Macri, que simboliza ese modelo (aunque no lo sea del todo) y explica su protesta no viajando a la Argentina. La doctrina social de la Iglesia ve al consumismo tan materialista como al comunismo, y en un mundo ya sin este último es probable que la religión sea el único antagonista de la globalización. “Un papa que llegó del fin del mundo”, como se definió Francisco al asumir, no solo venía de lejos, sino también de un antes: un papa peronista es un papa del sigo XX, uno de los últimos grandes representantes de ese clima de época. Y la proliferación de ismos, menemismo, kirchnerismo, cristinismo, refleja la devaluación del peronismo.
La caída de la Unión Soviética obliga a un cambio de bibliografía que no se produce de un día para el otro porque quienes estudiaron con los libros de Ptolomeo –como bien explicaba Thomas Kuhn –se resisten a los libros de Copérnico y a dejar obsoleto su saber.
Lo que hace que un militante esté acertado o equivocado es el éxito del modelo que defiende. Y durante gran parte del siglo XX el modelo soviético pareció viable porque Rusia creció más que Estados Unidos durante varias décadas, mientras dominó el modelo económico de la industria pesada. Pero la economía planificada demostró menor capacidad que la capitalista para generar bienes de consumo y no pudo satisfacer la visión del mundo que tienen las nuevas generaciones. El pueblo no quiere la vida de izquierda, y hoy la rebeldía juvenil se expresa en la ecología, en la comida orgánica, cuestiones de género y otras.
Ahora la violencia conservadora de derecho le gana a la violencia generadora de nuevos derechos
El fin de la historia, frase que patentó Fukuyama, significa que la violencia conservadora de derecho vence a la violencia creadora de derecho. ¿Por cuánto tiempo? ¿Algunas décadas? ¿Un siglo? Hasta que la rueda vuelva a girar. Mientras tanto, el relativismo, junto con la decadencia de la ilustración y el racionalismo, contribuyó a la aceptación pacífica del capitalismo planetario. Si no pueden cambiarse las reglas del juego, hay que aprender a jugar con éxito con ellas. Esto vale tanto para Estados Unidos como para China, y ni qué hablar para países subdesarrollados.
“Como consumidores-ciudadanos modernos, tratamos de compensar la falta de apropiación con un incremento de las adquisiciones, y tendemos a confundir consumo con adquisiciones”, escribió Hartmut Rosa en Alienación y aceleración.
Como sostenía Aristóteles hace más de dos mil años, salvo los ángeles y las bestias, nadie puede vivir fuera de la polis, y la polis hoy es el planeta.
En su libro Vida de consumo, Zygmunt Bauman explicó que el mundo ya no era aquel donde Freud decía que, para funcionar, una civilización debía recurrir a la coerción limitando el principio del placer. Hoy se gobierna aumentando ciertas formas de placer.
No es posible encontrar soluciones locales a problemas globales. Pero el papa Francisco es el único argentino que puede rebelarse a nivel global. Macri es solo el significante argentino de esa globalización.