COLUMNISTAS
encantos

Finales de ficción

Arrancan los 80. Se avizoran los pelos batidos, los flúos, las paletas saturadas de magenta. Chau a los naranjas amarronados, los efectos caleidoscópicos y las chicas lacias de la década anterior. El plástico fortalecerá su avanzada contra las materias primas nobles y las siliconas se verán cada vez más. Casi todas las expresiones de la cultura de masas buscarán contrastar drásticamente con lo inmediatamente anterior, como un hijo que quiere diferenciarse de su padre. En el cine, serán los años de E.T., Los Cazafantasmas, Mad Max, Gremlins, Dirty Dancing y Flashdance. El compromiso político, el drama intimista, el policial moroso con un héroe introspectivo, y los excesos de la blaxplotation van a licuarse en fantasías pop, parodias del cine catástrofe, romances juveniles y parejas divorciadas. Se evitará la solemnidad a toda costa, sin que eso implique necesariamente que el entretenimiento sea el único motor. Así como muchas de las bandas exitosas parecerán camuflar con maquillaje un dolor existencial, algunas películas ensayarán mensajes comprometidos con lo social, siempre que estén recubiertos con criaturas extrañas y conspirativismo. Muchas de esas tramas anticipan el futuro, y no estoy hablando de destacados como Terminator, sino de producciones que nadie quiso volver a ver.

Se evitará la solemnidad, sin que eso implique que el entretenimiento sea el único motor

Alligator, de Lewis Teague, llega a los cines antes que los tanques que marcaron la época. Habla de un reptil que fue arrojado al inodoro de bebé y se volvió gigante en las cañerías de Chicago. Por supuesto, sale a la superficie para comerse a los ciudadanos. La historia se apoya en una leyenda urbana yanki, pero lo interesante no es eso, ni el alligator en sí, pésimamente realizado con algo que parece goma espuma, sino los villanos humanos. En su entusiasmo por aumentar la rentabilidad, una compañía farmacéutica comandada por un viejo garca con habilidad para engatusar con buenos modales, fue responsable de la catástrofe. Se oculta una filosofía concreta: que revienten los no aptos y dejen espacio en el planeta para los pocos que merecen habitarlo, es decir, una banda de ricachones corruptos. Todo se pone en pantalla con el ineludible estilo de la época: golpes de teclado que pretenden aumentar la tensión, gags y tetas de refilón.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Tres años después, Blue Thunder, dirigida por John Badham y protagonizada por Roy Scheider, el de Tiburón, y Malcom McDowell, el de La naranja mecánica, también puede jactarse de ver más allá. Scheider es un exsoldado devenido policía bueno, de novio con una loca linda que le hace el aguante en todas y McDowell es un piloto eminente y canchero, pero, previsiblemente, sádico y asesino. Aunque estemos ante una de esas piezas solo digeribles para fanáticos de las armas, los uniformes y los medios de transporte (las carreras de helicóptero entre los edificios más altos de Los Ángeles son antológicas), hay algo más. Con excusas ininteligibles, la CIA organiza revueltas internas en la ciudad. En conchabo con el poder militar, que a su vez desarrolla armas de alcance presuntamente selectivo, hacen pruebas con la población. La jerga usada por los que interpretan milicos de elite, “matanza quirúrgica”, “control de daños” en contraste con acciones que son matanzas a secas, es innegablemente actual, lo mismo que la imbricación de las fuerzas represivas con actores políticos y financieros. Se aplican varias tecnologías para resolver conflictos implantados artificialmente. Una de ellas consiste nada menos que en poner el nombre de una persona en la computadora para que aparezcan sus datos (como son los 80 y no el siglo de Google, semejante grado de control horroriza a los personajes).

La década de Reagan y Thatcher se evadía con sus muñecos y sus evocaciones de los 50, pero, breves como el sabor de un chicle, estas estridencias se apagaron entre roqueros a cara lavada y el avance de la televisión con sus solterones neoyorquinos, Laura Palmer y el lema “La verdad está afuera”. Lo anticipatorio, en cambio, siguió siendo un valor que excede el mundo audiovisual, como probó con creces la reivindicación pandemial de 1984, La peste o Un mundo feliz. ¿En qué momento y por qué la puesta en escena de algo que terminará ocurriendo pasó a ser una cualidad capaz de hacernos olvidar que estamos asistiendo a una obra mediocre o directamente mala? Es mejor no preguntárselo, sobre todo si uno va a ver cine berreta de los 80. Además, su mayor encanto quizás no resida tanto en si la vio venir, ni en su tono efervescente, como en insistir con el viejo truco del final, al mismo tiempo surrealista, justiciero y feliz, el final que solo parece viable en la ficción. Por eso la CIA fracasa vergonzosamente en Blue Thunder, y al viejo garca de la farmacéutica se lo morfa el Alligator.