Lluvia es eso que cae del cielo en forma de agua. Del cielo caen también otras cosas, bendiciones, por ejemplo. Pero no es éste el caso. Tampoco es el caso de Dánae que vio caer del cielo una lluvia de oro que fertilizó campos y vientres. No, siento decirle que no, que esto fue una tragedia, es una tragedia. Una oye las voces, ve las caras y hasta puede oler el agua negra que es negra porque en ella flotan combustibles, excrementos, trozos de comida podrida, y se le parte el corazón y eso que una está lejos acá bien sequita y no ha perdido nada. Ellos lo perdieron todo, la casa que alquilan o que construyeron con sacrificio a lo largo de los años, los álbumes con las fotos del zeide y de la bobe, la ropa que fueron comprando, los útiles del colegio de los chicos, la heladera que el suegro les ayudó a adquirir, la cama con su colchón y sus frazadas, el autito modelo de hace diez años que cuidaban como a un bebé porque les había costado embarazos y cuotas y pedidos y ahorros. Todo, todo lo perdieron, hasta las baldosas del patio y las maderas del suelo, todo. Sólo les queda el miedo de que el agua siga cayendo del cielo. Y entonces usted, querida señora, usted, estimado señor (¿le dije que Puerto Madero no se inundó?) despotrica contra quienes no hicieron lo que usted presume que deberían haber hecho. Permítame que le diga que usted está un poco desubicado, vea. Usted es una pretenciosa, amiga mía. ¿Por qué? ¿Qué es lo que pretende? Pero por favor, usted lo que quiere es que los funcionarios funcionen, sean municipales, provinciales, nacionales que a nadie le importa y menos a los que perdieron todo, de dónde vienen y qué nombramientos tienen. Pretende que hagan cosas que debieron hacerse hace años de años y que prometieron hacer años de años ha. ¡Ay, qué exageración! Que trabajen. Eso quiere usted, señora, eso pretende usted, señor. No, no, no, permítame que le diga una cosa: trabajar cansa. Lavorare stanca, decían nuestros abuelos tanos inmigrantes cuando vinieron a buscarse la vida y sobre todo a construir un país. Y los funcionarios, le juro, mire, ya están muy cansados.
Imagínese lo que tienen que hacer. Como por ejemplo trasladarse desde Puerto Madero (¿le dije que Puerto Madero no se inundó?) e ir todos los meses a cobrar sus sueldos y algunos regalitos que los esperan por ahí; firmar recibos de sueldos, darles la mano al pasar a gentes que quieren pedirles cosas como si ellos estuvieran obligados a dárselas, buscar por los pisos y los pasillos sus despachos que no saben bien dónde están, hablar por el teléfono interno para que les reserven el auto y el chofer de la repartición para poder volver a Puerto Madero (¿le dije que Puerto Madero no se inundó?) o ir a la casa del country que la mujer insistió en comprar porque todo el mundo tiene. Y cuando llegan al despacho, ay, piensan que se equivocaron hasta que recuerdan que no, que lo que pasa es que los muebles son nuevos porque los que había eran viejos y de mal gusto y éstos son escandinavos de los que vienen en las revistas donde salen las rubias que, bueno, en fin, pasémoslo por alto. Y si van al baño sí que se desconciertan hasta que se acuerdan de que mandaron cambiar todos los artefactos porque uno no puede ir a hacer pis o algo más contundente en un baño del que no le gusta el color de los azulejos, dígame si no tengo razón. Yo, francamente, jamás me daría una ducha en un baño de color celeste, qué horror, ¿no le parece? Bueno, los funcionarios también tienen sus corazoncitos y sus gustos y, como decía Serrat, “cada loco con su tema”.
Y usted quiere que además trabajen. Pobres funcionarios, con ciudadanos desaprensivos como usted. Si total ahora van a resarcir a todos los damnificados. Pero sí, claro, por supuesto. ¿O no se acuerda de la señora que tenía la plata en el botiquín del baño y que esa plata era seguro seguro para remediar alguna situación angustiosa como ésta? Ella dijo no sé qué otra cosa, de modesta que es, claro, así da gusto. Bueno, en este caso también. Ya debe estar la plata lista para repartirla entre los inundados y ya vamos a ver las caras de alegría cuando vean que pueden comprarse de todo. Como dijo el filósofo: “¿Para qué sirve el gobierno?”. Se refería claro, a los gobiernos en general, a cualquier gobierno, el de él, el nuestro, a todos los gobiernos. Y se contestó: “Para hacer felices a los gobernados”.
Me dijeron que habían visto a Dánae sentada en un banco del parque, llorando.