Usted tiene libertad para hablar, el derecho a la palabra. Más que una licencia, la oposición pretende imponerle una exigencia a Cristina de Kirchner: perder por la boca, como los peces. Cree Cambiemos que, si la vice se pronuncia contra el acuerdo con el FMI, puede sellar una divisoria fatal con Alberto Fernández. O, en todo caso, deberá participar de un ajuste en el cual ellos no serán ajenos (bastante culpables se sienten por los créditos y deuda del macrismo). De ahí, la primera conclusión: bastante cretino el comunicado opositor –luego de un sesudo plenario ad hoc– diciendo que desean ver “la letra chica” de un contrato que todavía no se firmó y reclamando, por voceros como el ex gobernador mendocino Alfredo Cornejo, que se expida Cristina al respecto. La segunda conclusión resulta peor: triste la nación que espera la voz de una sola persona para saber si debe despertarse, comprar el pan o ir a trabajar. Si Ella siempre se comporta como una emperatriz, habrá que reconocerles a macristas y radicales –no se menciona a Elisa Carrió debido a que muchos han presentado hábeas corpus por su desaparición política– un sometimiento a esa categoría personalista y dependiente.
Quizás el equipo opositor se nutre de una firme versión: la ira de la ex presidenta por el arreglo a completarse con el FMI, manifestado en una llamada a su jefe institucional, Alberto: “¿Cómo firmaste eso?”, le demandó. Como es de imaginar, hubo otras regurgitaciones en ese diálogo. El trascendido sobre la indignada viuda se completa con el aporte de un familiar: el colérico Máximo Kirchner, desafiando a los gritos y con palabras de lupanar al mismo Fernández.
Dicen que el Mandatario se afirmó en sus trece alegando que no retrocederá y, en su momento, enviará la carta de intención al Congreso cuando se completen las conversaciones. Otro capítulo, otra guerra intestina: ya aparecieron operadores dispuestos a una solución democrática, infrecuente en el peronismo, para el día en que se deba aprobar la alternativa. En lugar de votar en bloque, el oficialismo podría liberar la conciencia de diputados y senadores para que cada uno decida por su cuenta.
Para completar la descomposición, habrá que anotar el revulsivo de un núcleo cristinista, más cercano a la izquierda, rabioso con el Fondo: de la diputada Vallejos al ex vice Boudou, pasando por Moreau, Alicia Castro y el director del Banco Nación, Claudio Lozano, todos proclives al default. No consideraban grave esa quiebra de la Argentina, postulaban la osada aventura de hacer la experiencia. Lo que se dice hombres de Estado. Enfrente, como un rayo y casi deliberadamente, apareció una actitud opuesta, integrada por una batería de nombres significativos y satisfecha con el preacuerdo: gobernadores como Uñac e Insfrán, Sergio Massa, Manzur y hasta un mensaje especial de Lula da Silva. Más empresarios o cámaras que, al mismo tiempo, salieron a sostener la jugada de Alberto para evitar el incendio. Como si los hubieran convocado para ese fin. Un encierro para Cristina con cancerberos que eran propios, el despegue del Presidente para soñar con la reelección, la hora del “albertismo” como hace un mes se consagraba cuando en la Casa Rosada hablaban del destete luego del viaje por Rusia y China. Si falta una aprobación, atender lo que sostuvo ayer el funcionario social y albertista Chino Navarro: el kirchnerismo es “mucho más que Cristina y Máximo”. Una devaluación más terrible que la del peso, una fractura expuesta: quedó a la vista la grieta dentro del Gobierno.
Aunque Martín Guzmán parece la figura más ascendente de la administración en sociedad con Alberto, hay quienes imaginan que puede ser una víctima del cristinismo herido: a él le atribuyen un contenido para el preacuerdo que no le pueden endosar al Presidente. Como si a la vice un hombre la hubiera engañado, nadie cree una felonía tal del ministro. De ahí que, en la exageración de la crisis, surgieron aspirantes –basta leer a economistas hábiles declarantes– a suceder a Guzmán cuando este, guste o no, será el encargado de monitorear y hacer cumplir lo que se suscriba con el FMI. Serán varios años por delante y él, una figura de proyección aunque su lerdo mandato haya dejado mucho que desear. Se afirma Sergio Massa –en disputa con Martín Insaurralde, ya que colocó al ministro de Transporte en la Provincia sin que consultaran al jefe de Gabinete–, Manzur hasta puede decir “misión cumplida” y volverse a Tucumán. O permanecer: Alberto ya le cortó las alas como a los teros, tal vez gravite a la hora de negociar con gobernadores ávidos por conservar la obra pública. Si el Presidente se adelantó unos casilleros frente a Cristina –lo que no significa el ocaso de la dama–, ha sido porque movió el amperímetro de los recursos y será regulador con Guzmán de esos desprendimientos. Peor, para el elenco del interior era un default que no le contemplaran sus presupuestos o quedaran en manos del arbitrio de Cristina.
Podrá verse este nuevo panorama en Extraordinarias, donde resta otra batalla para el cristinismo además del preacuerdo con el FMI: el impuesto a los ricos. Tal vez la oposición no apruebe la repetición de este tributo y el mismo Fernández se aparte del gravamen, lo que volverá a encender la metralla de la vice. Pero si el cemento bate récords, igual que la pintura y la madera en expansión entre otras disciplinas duras –solo los servicios han quedado estancados–, mantener la recuperación económica quizás implique una pintura impositiva menos voraz. Y amenazante.