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En tiempos de Photoshop, que la política dependa de una foto resulta, cuanto menos, interesante. “Se juntaron para la foto”, suele decirse.

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En tiempos de Photoshop, que la política dependa de una foto resulta, cuanto menos, interesante.  “Se juntaron para la foto”, suele decirse.
Y bueno, algo habrá en el poder de la iconografía, en eso de que una imagen vale más que mil palabras.
Así, en su portada del jueves pasado, cierto matutino local les puso a ambos gorros de Papá Noel.
Sonrientes se estrechan la mano: es el feliz reencuentro del Estado y la Iglesia, que si bien funcionan por separado según nuestra Constitución Nacional, la entente cordiale solía ser de rigor.
Después de cuatro años de distanciamiento, el kirch-nerismo (rama femenina) y el cardenal Jorge Bergoglio se juntaron. Un regalo de Navidad, en efecto, para muchos argentinos, que por desgracia para otros (¡otras!) parecería venir envuelto en papel antiaborto legal.
Nada es perfecto.
Quizá tampoco lo sea la segunda “Foto que demoró cuatro años”, según titula el mismo matutino en su nota. Allí vemos a ambos sentados ante una brillante mesa en uno de los salones de la Casa Rosada con cortinas amarillas y el pabellón albiceleste al fondo.
Sobre la mesa brillante, una única botella de agua mineral –presumiblemente sin gas, para facilitar la descompresión–, y un único vaso sobre el consabido platillo blanco.
Boca abajo, el vaso.
Quiero creer que el otro participante de la amable tertulia no habrá de conformarse con el reflejo de la botella de agua en la pulida superficie de la mesa, que la segunda botella y su vaso han quedado fuera de cuadro y no se ven. Pero me interesa mucho el símbolo, como a la espera.
Aunque en verdad, debo reconocer que la foto que me encantaría ver en estos días festivos incluiría también a un rabino y a un imán.
Que todos se den la mano para una tapa –excluyendo, por supuesto, a los fundamentalistas, que lo único que saben es irse a las manos.