Hace más de quince años que escribo, como mínimo, cinco columnas de opinión por semana. Son alrededor de cuatro mil textos donde puse cara y firma. Tuve aciertos y errores, que reconozco. De hecho, en estas mismas páginas, hace algunas semanas dije que yo, como gran parte de los analistas, había dado casi por muerto político al kirchnerismo con vistas a 2011 y que, ahora, por muchos motivos, CFK y NK tenían un horizonte difícil pero que ya no era imposible que llegaran al número mágico del 40% en la primera vuelta. Respecto a los dos panoramas anteriores, con eje en el Bicentenario (pre y post), debo ratificar mis reflexiones sobre lo que parece estar pasando en estos momentos en la sociedad. Lo hago, claro, con la fragilidad y subjetividad que implican tomar posición sobre la realidad más compleja y dinámica que se registra desde 1983. El respetable website Diario sobre diarios publicó lo siguiente:
“Leuco, del ‘odio’ a lo ‘festivo’ sin escalas. El sábado 22 de mayo, Alfredo Leuco escribió en PERFIL: ‘El Bicentenario, en lugar de convertirse en un símbolo de unidad y cohesión nacional, va a expresar como nunca desde el ‘83 la fractura de una sociedad envenenada por el odio’. El sábado pasado, sin admitir su fallido pronóstico, el columnista expresó: ‘La movilización más grande de la historia argentina, que tomó por asalto las calles con patriotismo festivo y apartidario, fue el medio y el mensaje’. Y agregó que fue una ‘creación colectiva’ que ‘ya tiene un valor de tierra fértil que entusiasma a los sembradores de esperanzas superadoras de enfrentamientos y fracturas sociales’.”
Con el riesgo que implica reducir a 761 caracteres los 12 mil con los que argumenté mi pensamiento, elijo participar de este debate apasionante, porque tal vez nos ayude a mejorar nuestros diagnósticos (empezando por el mío) y encontrar los mejores remedios para las enfermedades que aún tiene esta democracia.
Es un reduccionismo creer que cuando hablo de la movilización más importante de la historia, algo objetivo y comprobable, ello significa que deba negar que también existe una sociedad atravesada por el odio como nunca antes en democracia desde la división entre peronismo y antiperonismo. Una cosa no quita la otra. Ambos sentimientos coexisten. Son dos caras de la moneda, indivisibles en la Argentina de hoy. Una se funde en abrazos. La otra tira cascotazos.
¿Alguien cree que el masivo patriotismo festivo y apartidario de hace dos semanas eliminó el veneno que recorre las venas de otra porción importante de la sociedad? El simplismo que elimina los matices y cree que todo puede ser mirado en blanco o negro achica la riqueza conceptual de los sucesos. Celebro esa tierra fértil que permite sembrar esperanzas. Y lamento esa intolerancia con el que piensa distinto que instaló NK y en la que se prendieron sectores de la oposición y el periodismo.
Hay muchas formas de entrarle a estos temas. Una de ellas, tal vez la más elemental, es dividir en dos planos a los argentinos. Un sector tiene como columna de su vida a la política y está todo el tiempo atento a los acontecimientos nacionales. Y el otro, más recluido en su vida familiar y laboral, mira con menos interés y cierta prescindencia las lógicas combativas de la militancia partidaria. No hago juicios de valor. Como periodista integro, obviamente, el primer grupo. Pero a menudo creo que la sabiduría y la felicidad están más cerca del segundo. Este sector fue el que tomó por asalto las calles y generó un viento fresco reclamando mayor unidad y madurez para afrontar los problemas concretos. La fractura social apareció con toda claridad en los dos Tedéum, en la infantil pelea entre “las alfombras rojas del Colón y la cena de la Casa Rosada” y en los francotiradores de los blogs cargados de ponzoña, a favor y en contra del Gobierno. Hay escraches en ambos lados. Hay guerra oficial contra los periodistas críticos y hay exageración o satanización informativa en un sector del periodismo. ¿Es necesario recordar que el proyecto K partió a todos los partidos y hasta a los movimientos de derechos humanos?
No se puede fotografiar esta etapa de la Argentina sin mostrar por lo menos estas dos realidades. La euforia esperanzada de abajo y el odio peligroso de arriba. El humor social, las encuestas y los discursos están cargados de subjetividad fugaz. La única verdad es la realidad. Las urnas volverán a pronunciarse en 2011. Hace un año mostraron que el oficialismo perdió en Buenos Aires y hasta en Santa Cruz. En Córdoba y la Ciudad de Buenos Aires hubo paliza para los Kirchner. Luego se sucedieron distintos hechos políticos favorables al Gobierno (economía vigorosa, recuperación de la iniciativa, desilusiones de la oposición...), pero aún está por verse el verdadero impacto electoral que han tenido esos movimientos y los nuevos que se van a producir. Los pingos se verán en la cancha.
Mientras tanto, el peronismo peronista y el radicalismo que busca su destino están que arden. Mañana se abrirán las urnas de la provincia de Buenos Aires y Ricardo Alfonsín o Julio Cobos habrán avanzado o retrocedido algunos casilleros. Será determinante la manera en que procesen estos resultados, con altura y prolijidad o con denuncias de fraude. En el peronismo hay varias certezas y algunas dudas. Está sellado el acuerdo de casi todos los principales protagonistas para buscar un candidato único que los represente y para ir por afuera de las estructura del PJ que preside Néstor Kirchner. Tras el mundial aparecerán todos juntos (Duhalde, Solá, Rodríguez Saá, Das Neves) anunciando este compromiso. Los une más el espanto a un nuevo triunfo de Kirchner que el amor. Están convencidos de que, como dice la marchita, todos unidos triunfarán.
La única preocupación que los altera es la versión de que hubo un acuerdo entre Francisco de Narváez y Néstor Kirchner en Olivos para que “el Colorado” sea habilitado para competir por la presidencia y de esa manera atomizar las opciones no kirchneristas. Aseguran que el juez Manuel Blanco y la Cámara Electoral permitirán lo que la Constitución no permite y que la Corte no se pronunciaría sobre el fondo de la cuestión hasta después de las elecciones. Fuentes del peronismo federal plantean que Kirchner no pondría ninguna traba a estos movimientos y que De Narváez consultó sobre estos temas a Carlos Corach, el ex ministro de Carlos Menem.