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Francisco no es Jorge

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El Gobierno finalmente cayó en la cuenta de que Jorge y Francisco no son lo mismo. El actor político local que representaba Jorge Bergoglio cumplió un papel hasta 12 minutos después de las cuatro de la tarde del miércoles pasado. Entonces, cuando el cardenal francés Jean-Louis Tauran se dirigió a la multitud para anunciar que Bergoglio se convertía en el papa Francisco; todo cambió. Como las ondas de un estallido, el anuncio trastocó el significado político de la Argentina en el mundo. Algunos, unos pocos ilusos que creían que Francisco era apenas una anagrama de Jorge, siguieron peleando la vieja disputa local. Otros, más lúcidos, vislumbraron rápidamente la dimensión de la ola que crecía frente a sus narices y con reflejo político buscaron colarse por la ventana de oportunidades que se abría.
La elección de un papa argentino es un fenómeno que excede al catolicismo. El papa es, sin duda, una figura religiosa. Pero la identificación de Francisco con su origen argentino interpela un universo de emociones que excede el ámbito de un credo.

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Los políticos conocen bien el poder de la identificación nacional. El Gobierno, de hecho, apeló repetidas veces a este recurso. Por ejemplo, cada vez que blande la bandera de la soberanía de las islas Malvinas, en los discursos en torno a la recuperación de YPF e incluso en el enfrentamiento con el FMI.

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Pero ningún gobierno puede digitar plenamente con qué se asocia a su país en el mundo, ya que en gran medida depende de intereses fluctuantes y hechos fortuitos.
Desde el miércoles pasado, sin embargo, cada vez que se pronuncie la palabra Argentina en un rincón del planeta, muchos lo asociarán con el nuevo Papa. Por eso, Cristina Fernández pidió moderación al Gobierno en su vínculo con el Vaticano. No es lo mismo enfrentarse con Jorge que con Francisco.