COLUMNISTAS
agenda en llamas

Frentes abiertos

La deuda y Boudou exigen al Gobierno por partida doble. La hora del buen pragmatismo.

Manivela  FLOJA Amado Boudou
| Pablo Temes

Si el gobierno nacional tenía –dentro de su peculiar manera de definir estrategias– un enfoque “pragmático” para encarar su último año de gestión, la realidad le juega adversamente y parece exigirlo sin pausa. De tal modo, los hechos van forzando al pragmatismo a mayores dosis de concesiones. Para manejar el problema de los holdouts y la relación con el juez Griesa, el Gobierno planteó un minucioso ajedrez pleno de jugadas enigmáticas, movidas sorprendentes y jaques continuos, pero se ha encontrado con un rival de fuste en esas mismas lides. Lo cierto es que el final del juego no llega. Y es un final pleno de consecuencias.

El Gobierno debe desarrollar su estrategia en dos frentes: el económico y el electoral. Ambos frentes son críticos: un fracaso de la estrategia económica puede ser catastrófico para el país, un fracaso electoral puede significar que el kirchnerismo quede borrado para siempre del mapa político. En ninguno de ambos frentes el andamiaje simbólico, discursivo e ideológico propio del kirchnerismo resulta útil –aunque sí resultan útiles quienes lo cultivan, lo que exige tenerlos en cuenta y ofrecerles algunas concesiones–; en lugar de eso, el Gobierno debe recurrir a una sabiduría convencional a la que el protagonista actual del frente económico, el ministro Kicillof, parece avenirse con esfuerzo mientras el protagonista del frente electoral, Daniel Scioli, se mueve en ella como pez en sus aguas.

La sabiduría convencional que el Gobierno viene aplicando desde hace casi un año rinde sus frutos: sostiene los mercados financieros, abre expectativas de inversiones,  redefine las oportunidades del país en el área de los hidrocarburos y, en el plano electoral, proporciona al Gobierno una candidatura competitiva. Bajo ese enfoque, hay futuro. Pero la realidad no es sencilla.

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Esa misma sabiduría debería rendir sus frutos en el tema de la deuda argentina no resuelta. Sería durísimo fracasar en ese frente y llevar al país a un nuevo default, con las serias consecuencias macroeconómicas. Pero, además, para un gobierno entre cuyos logros está el haber resuelto el crónico problema argentino del endeudamiento externo, el fracaso tendría costos políticos aun mayores. El éxito en ese frente de la deuda externa es una expectativa de los empresarios y, como se ha visto en una encuesta de Poliarquía conocida estos días, también de la población en su conjunto. El enfoque que condujo a resultados satisfactorios en los casos del Club de París y de Repsol –dureza inicial y  retórica sin concesiones, seguidas de voluntad negociadora– debería funcionar ante la Justicia de Nueva York, aun cuando el jugador del otro lado sea un halcón difícil de domar como lo es el juez Griesa.
Más complicado para el Gobierno es el tema Boudou. Acaba de llegarse a la instancia del procesamiento. La sabiduría convencional es dejar ahora el caso enteramente en manos de la Justicia, que hubiera sido el mejor camino desde un principio. Todo lo que se haga por otro camino seguirá sumando costos que el Gobierno deberá afrontar inevitablemente.

Pero la agenda está plagada de problemas. Hay quienes se ilusionan con que el mundial de fútbol pueda aplacar los ánimos, lo que no parece plausible; la opinión pública está de malhumor, y no le faltan motivos –aunque también concede un buen margen de expectativas a que las cosas mejoren gradualmente–. Hay indicios económicos recesivos, que por lo demás el Gobierno ha blanqueado. La inflación no cede. La conflictividad gremial tampoco. En ese contexto, queda poco margen para las especulaciones. Debería ser la hora de los Fábrega, de los Randazzo, de los Galuccio, de Kicillof en su versión pragmática, de quienes se concentran en decisiones sin envolverse en palabras ni distraerse con explicaciones ornamentales. La sociedad espera resultados que no encierran misterios: precios más estables, empleo sin sobresaltos, deuda externa resuelta, un horizonte lo más tranquilo posible.

También espera un clima cotidiano vivible. La delincuencia es uno de los factores que más lo perturban. En ese frente avanza Scioli, con la movida de resolver el proyecto de las policías locales sin esperar a la Legislatura, lo que le permite retomar la iniciativa y, una vez más, mostrar distancia de sectores oficialistas que no aportan votos. El campo de la seguridad es otro en los que la sabiduría convencional entra en conflicto con las teorías y las ideas complejas. La buena elección de Massa en octubre pasado en gran medida fue atribuida a que en ese tema el entonces intendente de Tigre hablaba claro y simple. Scioli también acredita esos títulos poco académicos, pero políticamente efectivos; es frecuente escuchar críticas a su gestión, pero en las encuestas de opinión la gestión bonaerense es bien valorada por una altísima proporción de la población. Y algo similar puede decirse de Macri, de quien lo más positivo que rescatan las encuestas es “gestión”.

El frente electoral es el menos acuciante en la perspectiva de las urgencias: falta mucho y a la mayoría de los ciudadanos les preocupa poco. Pero para el Gobierno es la madre de todas las batallas. Bajo el sistema vigente en la Constitución y el más reciente dispositivo de las PASO, lo decisivo es llegar a la segunda vuelta.
En ese escenario se centran las especulaciones. La “encuesta de encuestas” al día de hoy –que entre nosotros raramente es producida por alguna consultora o algún medio de prensa– coloca allí a Scioli y Massa. Pero las especulaciones abundan: ¿apoyará la Presidenta a Scioli o tratará de erosionarlo por todos los medios?, ¿se concretará la alianza Macri-UNEN, lo que haría del líder del PRO un serio aspirante al ballottage? Esos y otros interrogantes permiten entretejer una diversidad de posibilidades.

Entretanto, en cada espacio político se van elaborando estrategias electorales. El saber convencional suele atribuir un peso más decisivo en el resultado de las elecciones a los medios de comunicación y a los deseos de los dirigentes poderosos; en eso, suele estar equivocado: las campañas y las estructuras organizativas territoriales también influyen, y más. La conclusión es que la elección de 2015 está todavía abierta a muchos hechos que aún no han sucedido.