En estos días los medios de prensa dedican mucho espacio al tema de la FIFA, a la elección en la AFA y obviamente a la elección presidencial nacional. AFA, FIFA –esto es, la política del fútbol– y la política del país son esferas que parecen cada vez más entrelazadas. En mi primera y lejana infancia recuerdo que mis días ya solían empezar con las páginas de deportes de los diarios –tal como hoy–. Por entonces suponíamos que los argentinos éramos, en fútbol, “los mejores del mundo”; pero como no jugábamos los mundiales no había manera de constatarlo. En 1951 nuestra Selección jugó en Londres un amistoso memorable que consagró al arquero Rugilo como el “león de Wembley” pero no evitó la derrota; era tan importante ese partido que el rector de mi colegio interrumpió las clases para que los alumnos pudiéramos escucharlo por radio en el patio del colegio. Pero la Argentina no revalidó su fama original sino hasta muchas décadas después.
Con Perón aprendimos que el fútbol cuenta, y mucho, en la política, y también le pone algunos límites. Ni Cereijo y su Racing con Perón sosteniéndolos podían impedir que en las tribunas de Boca se coreasen cantos obscenos contra el ministro, que conmovían mis oídos de niño.
Pasaron las décadas, ocurrió todo lo que todos sabemos y hoy el fútbol está en la agenda de la política y de los grandes negocios del mundo. Hasta Estados Unidos se avino a aceptarlo; su impresionante poder cultural, que lleva a esa sociedad a desafiar gustos, modas y pasiones del mundo entero, tuvo que someterse a las reglas de este juego al que ellos le cambiaron el nombre pero no pudieron cambiarle el tamaño de los arcos, el saque lateral con la mano, la ley del off-side y esos resultados con poquísimos goles y frecuentes 0 a 0 que a los apasionados por el béisbol, el fútbol americano o el básquet les parecen ridículos. Los norteamericanos finalmente entendieron el negocio; no sé cuánto contribuyeron a explotarlo más allá de los límites, pero sí sabemos que si la FIFA atraviesa un proceso de mani pulite es en parte gracias a la Justicia de Estados Unidos.
Las cabezas de la AFA fueron muchas. Mi memoria retiene pocos nombres, como el de Valentín Suárez allá por los años 50, después Raúl Colombo, algunos interventores militares y bastantes años después, pasada la página del Mundial de 1978, Julio Grondona. Grondona parecía eterno hasta que su vida se apagó hace poco; pero sus huellas perduran y su sombra se sigue proyectando sobre la FIFA. El fútbol es hoy un negocio inmenso, capaz de conmover y de corromper a los espíritus más robustos y a las corporaciones más poderosas del mundo; y una pasión de multitudes, como lo reza el lugar común, y es cierto. Ni la corrupción, ni los manejos turbios, ni el dinero, ni la avidez de poder, ni la política ni las barras bravas han bastado para que se cumpla la profecía que prenuncia su inexorable declinación.
Hoy, mientras los argentinos nos aprestamos a votar para elegir un nuevo gobierno, la AFA se apresta a elegir a su nuevo presidente y a redefinir su futuro; y la FIFA hace lo propio. Como nunca, esos procesos están entrelazados. El presidente de la Argentina tendrá bastante poder, pero el presidente de la AFA no será irrelevante. Presidir un club ha sido siempre un objetivo que mueve a algunos políticos; eso es así cada vez más. El poder de los sindicatos sólo se queda corto delante del poder de algunos clubes; por lo pronto, a los dirigentes no los persigue allí el sambenito de ser piantavotos, porque en la política del fútbol los votos cuentan poco, mientras el dinero y el poder cuentan aun más.
Mucha gente, para decidir su voto, se está preguntando qué diferencia hay entre Scioli, Macri y Massa. También, qué diferencia a Tinelli de Segura, y no pocos se preguntan qué más da que el presidente de la FIFA termine siendo un ex futbolista francés, un jeque árabe o un suizo desconocido. Pero lo cierto es que al presidente de la Argentina lo votarán los mismos que se están haciendo la pregunta y a los presidentes de la AFA y la FIFA, no.
*Sociólogo.