La jornada empezó tensa desde temprano, cuando las dos facciones de la barra brava de River –Los Borrachos del Tablón y La Banda del Oeste– merodeaban los alrededores del estadio, con liturgia y amagues de violencia que se tradujeron en un cordón policial improvisado que cortaba la Avenida Figueroa Alcorta.
Sin embargo, después, durante todo el día, las elecciones de River transcurrieron en tranquilidad: miles de socios y socias se acercaron a Núñez para elegir al nuevo presidente de la institución por los próximos cuatro años. Al cierre de esta edición todavía no estaban los números oficiales, aunque se descontaba el triunfo por un amplio margen del oficialismo que lidera Jorge Brito, que rondaba el 70% de los votos. La pelea era por ver quién se quedaba con el segundo lugar –y la primera minoría– entre Antonio Caselli y Carlos Trillo.
La de ayer también fueron las últimas horas de Rodolfo D’Onofrio como titular millonario después de ocho años de gestión: el ahora ex presidente amagó y preparó su aterrizaje en la arena política casi como una artesanía durante años. Ahora será tiempo de concretarlo, de tomar la decisión final: ya dijo que estaba lejos de irse a descansar en una reposera, una alusión que podría tener alguna doble lectura.
La pregunta que surge es si las fuerzas políticas que lo tentaron en todo este tiempo– desde el macrismo hasta el kirchnerismo– lo tentarán ahora, sin el cargo de presidente de River que sube la cotización de una eventual candidatura. En privado, D’Onofrio se define como desarrollista, casi una ambigüedad en este escenario polarizado dominado por dos coaliciones.
Misión central. Hijo del banquero más poderoso de la Argentina, fallecido hace un año en un accidente aéreo, Brito empezará su gestión con una misión que ni él ni nadie sabe cómo terminará: convencer a Marcelo Gallardo de que todavía es posible quedarse en River y seguir ganando torneos y copas. Al Muñeco, el DT más ganador de la historia millonaria, se le vence su contrato a fin de mes. “Ni él sabe lo que hará”, aseguran en los pasillos del Monumental para graficar la incertidumbre que genera.
Brito y Gallardo tienen una gran relación desde hace años. Los dos juegan al padel periódicamente. A veces en el predio de Ezeiza, donde el entrenador tiene su oficina panóptica, y a veces en el Conurbano norte. En más de una ocasión, después de esos partidos del deporte que Brito incorporó desde muy chico–su padre fue uno de los socios fundadores de la Asociación Pádel Argentino–, Gallardo se refirió a su futuro, pero nunca dio precisiones de lo que haría.
Con el Monumental proyectado para refaccionar y ampliar, Gallardo ya sabe que Brito y su vice primero, Matías Patanian, le llevaron propuestas para tentarlo, muchas como respuesta a pedidos puntuales que había hecho en estos meses (tecnología y Big Data para las inferiores, un refuerzo del cuerpo técnico y garantías de presupuesto para incorporar). Ayer, entre los festejos nocturnos, aparecía esa misión. Que será, quizás, la primera y la más importante de la nueva gestión.