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General Paz, cruces y puentes

Pobre manco...

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Pobre manco...
Habiendo sido un general bravísimo y un lúcido intelectual “condenado a la certeza” de que la Argentina jamás sería un país avanzado y democrático si no se terminaba para siempre con los caudillos provinciales, José María Paz, alias “el Manco”, terminó siendo apenas un símbolo de la división entre la Capital Federal y el resto del país. La historia no sólo lo olvidó, para bien de los caudillismos, sino que hasta le cambió el sexo. Lo travistió. Hoy es, para todo el mundo, “la” General Paz. Esa insufrible autopista que, según Néstor Kirchner, “los porteños deberían abrir para que el interior deje de ser el patio trasero de la Nación”. La muralla de esa “isla” donde, según Alberto Fernández, los porteños se cocinan en su propia “soberbia antiperonista”.
Se nota que a los pingüinos los obsesiona lo que encierra “la” General Paz, más aun a la luz de los resultados del domingo 28. Y eso que tan mal no les fue. A diferencia de junio, cuando salieron segundos detrás de Mauricio Macri, ahora tienen en el mismo competidor de entonces, Daniel Filmus, a un senador electo que, acaso, podría llegar a ejercer una referencia menos irritante que la del mismo Alberto F. para armar tropa propia en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Sin embargo, pareciera ser Macri el más alterado por lo que queda entre “la” General Paz y su propio bigote. El 10 de diciembre asumirá la Jefatura de Gobierno con sus encantos bastante disminuidos:
u Su electorado se borró en las presidenciales, dándole un espaldarazo a Elisa Carrió.
u Le cuesta horrores armar un gabinete prometedor.
u Hay acuerdo parlamentario para traspasarle la policía, pero no los recursos para financiarla.
u Contrariamente a lo que buscaba conseguir el domingo pasado, el bloque del PRO en la Cámara de Diputados de la Nación será el sexto en importancia con 9 bancas, detrás del Frente para la Victoria (160), la Coalición Cívica (31), la UCR (30), el interbloque de partidos provinciales (11) y el peronismo no K (10).
u Dicho bloque, ahora con más bonaerenses que porteños, será capitaneado por Francisco De Narváez, cuyo papel proactivo en la sociedad con Macri está por verse.
No es casual que el mismo domingo, apenas entrada la noche, Macri fuera uno de los primeros en felicitar por teléfono a Daniel Scioli, el gran ganador de la elección desde el otro lado de “la” General Paz. El hijo de Don Franco y el ex el discípulo de Carlos Saúl Menem se conocen y frecuentan desde aquellas inolvidables tertulias político-faranduleras de los 90. Ambos se recibieron de políticos durante la era K, gracias al estruendoso fracaso de la política tradicional. Los dos son verdaderos enigmas en cuanto a lo que piensan y pretenden de nosotros y de sí mismos, como líderes. Y denotan casi idénticas capacidades para la indefinición y la monocromía discursiva. Tienen más cosas en común:
u En pocos meses, cuando Cristina K haya atravesado los dulzores iniciales de su gestión presidencial, Macri y Scioli empezarán a aparecer (ya al frente de la Ciudad y la Provincia) como números puestos para 2011.
u Para ese entonces, el boquense y el ex motonauta habrán sentido en carne propia lo que significa ser rehenes de la gran caja nacional.
u Más temprano que tarde, la Casa Rosada denunciará conspiraciones de ambos. Y se escribirán muchas notas, notitas y notejas sobre la vieja relación que los une con Eduardo Duhalde, quien, según prometió, por esos días habrá recuperado cierto protagonismo en la escena central.
En síntesis: tanto Macri como Scioli se consideran aliados potenciales. Y para medir la intensidad de su eventual alianza, habrá que ir siguiendo con atención a qué acuerdos van llegando para la anunciada “coordinación de esfuerzos entre la Capital Federal y el Conurbano”.
Esta semana, al analizar los resultados de las elecciones y el futuro de la oposición (o sea, su repentino e inoportuno debilitamiento), Macri se mostró arrepentido de “no haber logrado una mayor coordinación” de los grupos opositores para enfrentar al oficialismo en las urnas. Nadie se extrañó cuando, casi a la misma hora, Elisa Carrió se mostraba dispuesta a “conversar” con Macri, aunque “no a armar listas comunes” a futuro. Sin que nadie le pidiera demasiadas explicaciones, Carrió sobeactuó dos ánticipos:
u Que no volverá a competir por la Presidencia de la Nación (salvo que venga el Diluvio), si bien se empecinará en “ampliar la Coalición Cívica”.
u Que algo muy importante la une a Macri: una “excelente relación con Gabriela Micchetti”, verdadera estrella de la sensibilidad macrista y habitual confidente, como ella misma, del cardenal Jorge Bergoglio.
Macri y Carrió anotaron rápidamente que, de “la” General Paz hacia adentro, la mayoría de los votantes no son cautivos de nadie. Mejor dicho, de ningún opositor en particular, ya que su marcada inclinación opositora se puso en evidencia dos veces en ciento veinte días. La chaqueña lo llamó esta semana: le prometió “apoyo en lo institucional”.
También reafirmaron su propia “condena a la certeza” de que, en un país cuyo poder central se afianza en los puentes múltiples tendidos desde Balcarce 50 hacia nuevos y no tan nuevos caudillismos provinciales, la Capital Federal es el territorio eternamente ideal para plantar banderas de cambio de signo.
Entienden, de todas maneras, que en la confusa carrera que acaba de iniciarse no largan juntos. Ni solos. Ni, mucho menos, primeros. Lástima que, muchas veces, su lectura de la realidad sea tan comparable a la que, en sus Memorias de la Prisión, hiciera el unitario José María Paz a propósito del recurrente éxito de los federales rosistas.
“Nadie ignora que estos se apoyaban en las masas populares ni que, con excepción de la parte más culta de las poblaciones, la muchedumbre seguía decididamente sus banderas”, escribió “el” General Paz hace 160 años.