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nostalgias

Gota de tinta

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A veces, solamente a veces, nostalgias que una siente del lápiz Faber y el cuaderno Rivadavia. Eran objetos blandos, amables, que podían convertirse en cómplices, y que en esos casos una ocultaba con mucho cuidado debajo de la ropa fiera de estación en ese cajón que no se abriría hasta el invierno siguiente.

Nostalgia también de otros utensilios que una no había usado nunca pero que estaban destinados a eso: al estudio, al recuerdo; me  refiero a la memoria, y a apuntes que eran algo que con un poco de trabajo, y esta vez me refiero a la elaboración de lo que ya había bajo los dedos, que podría convertirse en cualquier cosa, en cualquier tema y hasta en cualquier secreto.

El más preciado, el diario íntimo. ¿Es que acaso se puede escribir el diario íntimo apretando las teclas de la computadora? Y conste que no abomino de la computadora. De otras cosas, sí. Del celular, por ejemplo, pero mejor será que pasemos velozmente por ese adminículo útil y espantoso. La computadora es la gran aliada. A veces se retoba, es cierto, pero ha venido a cambiar el mundo de la gente que maneja los dedos alrededor de la birome, el lápiz, la pluma de ganso (¿por qué la pluma, aquella pluma, siempre tenía que ser de ganso?), la tiza, el marcador y supongo que también el pincel. Amable cómplice y siniestra enemiga, pero una cuenta con ella a toda hora, la bienvenida.

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Me gustaría saber qué sentían aquellos barbados caballeros, aquellas encorsetadas damas, cada vez que de la punta del estilete iba surgiendo palabra por palabra, gota de tinta por gota de tinta, lo que sentían, lo que sabían, lo que deseaban. Sí, hay textos que nos lo
dicen. Pero ¿dicen toda, toda, toda la verdad? Quiero creer que no.

Algo de misterio tiene que quedar, un residuo oscuro y tembloroso, que nos anima y nos conmina a seguir y seguir.