Los únicos que festejaron el triunfo del No en el plebiscito del domingo pasado en Grecia fueron… algunos argentinos. La realidad es que el gobierno griego hubiera preferido que ganara el Sí y que otros se hicieran cargo.
En efecto, como lo prueba lo que está sucediendo estos días, cumplir con la promesa del No es imposible. Por lo tanto, el gobierno griego no ha tenido más remedio que negociar con sus acreedores –todos oficiales– proponiendo los ajustes del Sí para evitar un ajuste todavía mayor que el que ya viene haciendo.
Sin acuerdo y sin respaldo del Banco Central Europeo, no puede volver a abrir los bancos. Enfrenta, en ese sentido, la misma situación que la Argentina de 2002. Reabrir los bancos sin apoyo financiero externo obliga a salir del euro, “pesificar” depósitos y créditos (simétrica o asimétricamente), devaluar violentamente esa moneda y, a partir de ese fuerte ajuste, apostar a que la nueva relación de cambio le permita a Grecia volver a crecer gracias al turismo y a inversiones de “ganga”, del resto de los europeos. Y, desde ese lugar, empezar a negociar nuevamente con sus acreedores europeos. Es decir, primero un ajuste peor que el actual, y luego se verá. Por supuesto, existe la alternativa que ha utilizado la Argentina este año, y sugiere el oficialismo seguir usando para la Argentina 2016. Conseguir financiamiento de China y Rusia, en lugar de la Unión Europea, y suavizar la devaluación de la nueva moneda.
Esto último le permitiría al gobierno griego no decepcionar, en el corto plazo, a los votantes del No, pero no le alcanzaría para salir de un escenario mediocre dada la magnitud de los desequilibrios actuales.
Pero la tragedia griega es que acordar con sus acreedores de la Unión Europea y el FMI tampoco ayudará demasiado, dado que Grecia tiene hoy la misma combinación de problemas que la Argentina 2002. Un problema de endeudamiento impagable. Un problema de déficit fiscal infinanciable. Y un problema de competitividad respecto del resto de Europa. Puede lograr un estiramiento de los plazos de pago de su deuda, incluso una quita, y dinero fresco (como propone el FMI), para suavizar el ajuste fiscal. Pero lo que no puede hacer, si acuerda y sigue en el euro, es solucionar su problema de competitividad sin bajar más los salarios y precios nominales. Por lo tanto, para reabrir los bancos, es probable que mantenga un fuerte control al movimiento de capitales (cepolitakis, lo llamarían) porque, de lo contrario, la fuga de capitales y el drenaje de depósitos de su sistema financiero continuarán.
En otras palabras, el default o el refinanciamiento soluciona una parte del problema: los pagos de la deuda y el ritmo del ajuste fiscal. Pero no soluciona la otra parte del problema, la productividad griega, aun después del fuerte ajuste ya realizado, sigue siendo incompatible, en términos relativos, con la Europa del euro.
Y esto me permite volver a la Argentina.
La Argentina de 2003 no empezó a crecer por la “heterodoxia estatista”.
La Argentina retomó el crecimiento porque hizo un violento ajuste de shock en 2002, combinando default, licuación de deudas privadas vía la pesificación asimétrica, y un tipo de cambio que se multiplicó casi por 4. Es decir, primero vino el ajuste, después el crecimiento. Ayudado por condiciones externas muy favorables.
Insisto, aunque hoy la mala memoria y el marketing político nos quieran vender otra cosa, la dolorosa solución a la crisis económica argentina fue el ajuste salvaje de shock del primer semestre de 2002, en medio de una desintegración de la política y la ausencia de un programa integral.
Pensando en 2016, los argentinos no tenemos un problema de endeudamiento (aunque la verdadera deuda es superior a la que se dice y el PBI en dólares es inferior), pero sí tenemos un grave problema fiscal, que no puede seguir siendo financiado, como hasta ahora, por el Banco Central, o el sistema financiero, y un problema serio de competitividad que, si el mundo sigue igual, tampoco lo arregla una baja de retenciones.
En ese contexto, el financiamiento aportado por chinos o rusos, o por el mercado (si nos amigamos con Occidente) puede suavizar el ajuste fiscal. Pero sin un programa integral creíble, con respaldo de la política, no podremos abandonar este escenario mediocre, ni evitar “salirnos del euro”.