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Guerra invisible

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Hace unas semanas me había quedado fascinado mirando uno de los extraordinarios proyectos exhibidos en Fundación Proa, el trabajo de Forensic Architecture, una agencia integrada por arquitectos, artistas, intelectuales, abogados, científicos y técnicos en computación.

Forensic Architecture examina imágenes de lugares en guerra (edificios, ruinas, ciudades captadas por cámaras satelitales o subidas a la red por ciudadanos comunes) para determinar de qué dan cuenta esas motas de polvo, esos píxeles apenas dibujados en una pantalla, esas débiles columnas de humo: los rastros de una conflagración que está hecha para que la televisión no pueda mostrarla.

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Al exponer la lógica actual de los conflictos armados (y el secreto que los constituye), Forensic Architecture interroga al mismo los umbrales de la ley (lo que es legítimo hacer en una situación de guerra) y de la visibilidad, lo que es legítimo deducir de unas imágenes opacas (deliberadamente opacadas) para quien no cuente con la tecnología de punta que las fuerzas militares de Occidente utilizan.

El más extraordinario de los proyectos reconstruía (a través de cámaras de seguridad, fotografías de testigos, imágenes urbanas tomadas desde satélites) la línea de tiempo de ciertos bombardeos realizados con drones, que producían agujeros diminutos (desde la perspectiva satelital) en los techos, para explotar y aniquilar la vida dentro de los edificios. Reconstruían, sobre la base de ecuaciones matemáticas, la localización de los edificios bombardeados y deducían, comparando imágenes previas a los bombardeos con imágenes posteriores, examinando las sombras que el sol trazaba en su recorrido, el lugar y la hora donde unos drones habían descargado su carga de muerte.

Una guerra que se desarrollaba no a baja intensidad, sino en los umbrales mismos de la visibilidad y de la inteligibilidad, de pronto se revelaba en todo su horror.

La semana pasada, los atentados en Beirut y en París (que se suman a una larga lista de atrocidades) también ponían en crisis el campo de lo visible. En el caso de París, EI (Estado Islámico es más que una organización terrorista en la medida en que reivindica para sí el título de califato; es un Estado sin territorio) atacó sus puntos más vulnerables: el barrio de Saint-Denis (donde hay alta concentración de inmigración musulmana) y los bares donde se reúnen los jóvenes (franceses o no) menos dispuestos a adoptar sin discusión las causas bélicas de la OTAN y que mayor solidaridad han mostrado con las víctimas de los bombardeos indiscriminados en Oriente Medio.

Además, EI (a diferencia de Al Qaeda) admite comandos suicidas femeninos, con lo cual vuelve mucho más borroso el umbral de la guerra.
Si se admite que “hay guerra”, hay que agregar que los contendientes son enemigos indeterminados, y tanto un bando como el otro ataca indiscriminadamente posiciones que la guerra clásica nunca hubiera incorporado en su horizonte. Pero, además, los soldados de esa guerra también pueden estar en cualquier parte o en ninguna (en el caso de los drones).

Una guerra de ese tipo existe sólo en la medida en que se la sostenga en el discurso y demuestra, por lo tanto, un deseo de guerra cuyas víctimas somos y seremos todos: tanto en los países de Oriente Medio como en los países de Occidente, la paranoia fundamentalista y las medidas de seguridad no han cesado de crecer exponencialmente desde 2001. Quince años de guerra continua que no han logrado que los actos de terror se detengan sino todo lo contrario, porque ahora sabemos que la “guerra barroca” (como la tipificó el periodista francés “experto en asuntos militares” Pierre Servent) va mucho más allá de la distorsión de las formas que el adjetivo permitiría prever y se postula, en cambio, como una guerra informe, amorfa, ilocalizable, irrepresentable, invisible.

Los trabajos de colectivos como Forensic Architecture no nos salvarán, pero al menos establecerán algunos parámetros racionales para que alguien, alguna vez, pueda contarnos qué fue lo que pasó en el comienzo del siglo en el que el estado de excepción se convirtió en la norma.