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Guerra y vida

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Un importante artista conceptual me escribe preocupado por mi última columna y me pide precisiones sobre la “Guerra Civil en curso”. Le digo que no son categorías mías sino, en todo caso, de Giorgio Agamben y los revoltosos de Tiqqun (a quienes él sigue y que lo siguen, en un vértigo espiralado que impide toda estabilización por la anomia misma del colectivo). “Ah, menos mal, creí que te referías a la Argentina y ya estaba armando las valijas”, recibo como respuesta. Como entiendo la ironía le contesto que también yo, si llegara la Guerra Civil, “me voy al campo” y le recomiendo la lectura de Introducción a la guerra civil y La insurrección que vendrá. Los dos libros (firmados por colectivos diferentes, pero afines) están muy colgados en Internet, donde se consiguen con facilidad.

Tiqqun considera que la unidad humana elemental no es el individuo sino la “forma-de-vida” (categoría que toma de Agamben) y que la guerra civil es el libre juego de las formas-de-vida y el principio de su coexistencia. Dicen, con eso, que no hay neutralidad posible en ese juego ni paz alguna (la violencia y las fantasías de exterminio estarán siempre en su horizonte). Tiqqun caracteriza de ese modo al capitalismo actual, que insiste en presentar como “crisis” periódicas de su funcionamiento aquello que es característico de su función: la producción de formas de guerra (civil).

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Agamben coincide con ese dignóstico según el cual “la guerra civil permanente que el Estado propulsa” se verifica en las leyes de nuestras llamadas “democracias” contemporáneas. “Un dato que me gustaría señalar”, ha dicho Agamben, “que todos parecemos ignorar y que puede corroborarse tan solo con una pequeña investigación en una biblioteca, ya que ya hay documentos que sirven de evidencia, es que las leyes vigentes en Francia y en otros países ‘democráticos’ de Europa son tres o cuatros veces más represivas que las que regían en Italia durante el régimen fascista”.

No sé si una argumentación semejante puede trasladarse sin más a la realidad argentina. Pero como se trata de un país capitalista (y de un capitalismo, por añadidura, corrupto), no veo por qué no. Mientras los precios de las commodities nos favorezcan, podremos suponer que gozamos de una paz que merecemos. Mientras tanto, millares de individuos (multitudes de formas-de-vida) seguirán integrando la larga lista de caídos en combate.

No es esto de lo que quería hablar en mi columna de la semana pasada, pero curiosamente los textos (como las imágenes) suscitan intereses no previstos: la alarma saltó por el lado de la guerra civil y los mendigos.

Tal vez sea esto de lo que nos convenga hablar en estos años de bicentenario: en la superviviencia de la miseria (cartoneros, sin techo, mendigos) diez años después de la crisis (modelo) del capitalismo, del progresivo (y a veces imperceptible) autoritarismo de nuestras sociedades y de las escasas herramientas (teóricas y políticas) con las que contamos para entender nuestro presente.