Volvía el domingo de un cafe "al azufre" tomado con el mismísimo Diablo (¿qué otra infusión mejor con un entrevistado como el escritor Fernando Vallejo?) cuando al dejar el hotel Savoy advertí a un Octo de Blanco y Sandalias cruzar lentísimo por Callao. No lo era, pero así me lo imaginé por su parecido y lo muy presente que había estado en mi charla con el implacable Vallejo.
Pronto me lo ocultaron unas máscaras del Corso (?) y me quedé con la idea de que era el propio Papa Benedictus de incógnito, gastado y solo, al garete de esa inmortalidad in vitro en donde sobreviven los Papas. Sí que podía ser él. Si requiere mucho tiempo para que se agote un obispo, menos chance tiene un Papa. Y más si es un Octo. ¿Abrumado por la edad?¿Asediado en su aldeana Roma por la ofensiva creciente de los místicos monetaristas protestantes? ¿Dolorido por las blasfemias del autor de La Virgen de los sicarios con quien yo acababa de hablar?
Lo cierto es que lo de este Papa exangüe se venía venir. Haga cada cual memoria y verá el tiempo que llevamos sin que Papa ni Vaticano resuenen en primeras planas de ninguna parte. Ni siquiera en los fieles recuadritos tipográficos del Culto Católico de los diarios. Si hasta La Nación (su Osservatore Romano local) le menguó columnas y centimiles, desbordado, tal vez, por el espíritu que despiertan las homilías de un Riquelme o un Tinelli.
Que toda Iglesia es un compacto y todo Papa un semidios suena bien, aunque no siempre se resuelve igual. Lo divino es creación humana y por tal un relato de saltos y muchas sorpresas dar. Enfermísimo, el Papa Polaco se negó a retirarse, pues como dijo, "de la Cruz no se desciende" en tanto que el Papa Alemán optó por reducir su ego y morir como hombre común. La condición humana es binorma.Una Iglesia. Dos Papas.
Que nuestro planeta Tierra sea la celestial floración de un paraíso interminable nos distingue (hasta ahora y según nuestro guión) en un Universo desconocido (y puede que ateo) con el que algo tenemos que ver. Pero el mundo que lo habita prueba a diario (y creciendo) que el apasionado Vallejo tiene razón. Es un absurdo seguir asidos de leyendas fósiles y no ocuparnos a fondo de la realidad de hoy. Sobran pruebas de que un nuevo "cambio de época" nos está posicionando en su cráter y no se advierte en los Ceos políticos, económicos ni religiosos, la concreta intención de evitar los dolores que sufrirá la especie por seguir viendo con ojos de ayer lo que ya es casi el mañana. Por el contrario, promueven una hipermutante tecnología "a lo bestia" que deja a miles de millones de primates en intemperie letal.
¿Que es una mirada catastrofista? Hoy mismo, en la Argentina "el 50 por ciento de los jovenes no entienden el 50 por ciento de lo que leen" (sic) Y es con estos números que les toca (y tocará) salir al encuentro del Cambio que se viene.
El visible agotamiento de Benedictus, los ácidos improperios de Vallejo o mi estupor ignorante ante este dilema no alcanza a dar una explicación. Ni siquiera un consuelo. Esto viene desarrollándose así porque los dados de los genes étnicos le cayeron a Gaia por leyes del azar. Cada cual creció en Su Paraje dando diseño propio a la choza y al iglu, a los Vallejos y a los Ratzingers, a la cartografía del cielo y las fábulas de tierra. Y también a decidir los caminos que sirvieran para mantener en armonía y esperanza a sus majadas. Esos que un Papa preagónico busca liberar con su ejemplo y un iracundo Vallejo con su queja.
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En cuanto a mi, prefiero seguir con juicio suspendido. Mi única relación con el Vaticano fue ser embanderado papal a los 9 años por ser el mejor alumno de catecismo.
Debí llevar la bandera amarilla.
La de las niñas, celeste y blanca, le tocó a Dora Chiappe.
Nos mirábamos con sonrojo.
Para ambos, eso era la religión.
(*) Especial para Perfil.com