Que haya gente tan vil como para considerar que a los habitantes de las Villas 31 y 31 bis habría que “obligarlos a mudarse aunque sea por la fuerza” no puede sorprendernos. Tampoco que el tema constituya “la mayor papa caliente entre las manos de la administración de Mauricio Macri”, esas mismas manos que se han entregado a la especulación inmobiliaria dado que políticas habitacionales, sanitarias, culturales, de transporte, ecológicas e, incluso industriales, no tienen ni pueden tener, tanto temen a todo acto de imaginación que las pongan a trabajar en la recuperación de una ciudad decadente.
El Colón sigue cerrado, los hospitales públicos se desmoronan, subterráneos nuevos no tendremos (tal vez tranvías: ¿pero alguien vio una obra?), trenes a los aeropuertos tampoco, escuelas no se construyen, el Riachuelo... Eso sí: los terrenitos caros, el Gobierno municipal los quiere limpios para poder venderlos a buen precio.
Según la encuesta publicada por PERFIL el sábado pasado, el 58% de los consultados avalan la erradicación violenta. Tampoco es tanto: el 42% restante estaremos, si hace falta, defendiendo los derechos de quienes menos tienen a vivir donde les plazca (a falta de políticas habitacionales, nadie tiene derecho a exigir erradicación alguna).
En un viejo chiste, Mafalda le decía a Susanita: “Me parte el alma ver personas pobres”, y proponía una serie de políticas elementales. A lo que su amiga le contestaba: “Para qué tanto, bastaría con esconderlos”. Pretender esconder la pobreza (cosa que no sucede en países más civilizados que el nuestro: Brasil, Egipto) es pretender esconder las propias miserias. El alcalde y sus secuaces han expuesto ya tanto las suyas, que no se sabe bien qué ganarían en este lance.