Estimado lector, dada la ensordecedora polarización en la que estamos inmersos, le aclaro que las líneas que va a leer intentaron ser escritas fuera de la grieta, tratando de escapar a evaluaciones “ad hominem”. Es decir, se intentó evaluar los hechos y las políticas por lo que considero que son y no por de quién vienen.
La decadencia. Somos el país al que le viene yendo peor en términos económicos de América Latina, que, a su vez, es la región emergente que muestra el peor comportamiento del mundo, entre 1980 – 2019. En este siglo, todas las grandes economías de América Latina verifican una caída importante de su tasa de crecimiento pero Argentina es la más pronunciados y además, la economía más volátil de la región, exceptuando a Venezuela.
En síntesis, hemos tenido el peor comportamiento del mundo comparable a países que han estado en guerra como los de Medio Oriente y Asia Central. Enfrentamos una crisis sistémica, que de tan larga ya es decadencia, y que se está resolviendo por la vía de la implosión.
Casi una década (2012-2020) caracterizada por: estancamiento del PIB (con los tres últimos años de caída); inflación récord a nivel mundial (variando entre 20% y 50%), tasa de variación de la inversión reproductiva en caída permanente (solo 2 años positivos); exportaciones que se derrumbaron 30% entre 2011 y 2020, pobreza ubicada en niveles insólitos durante toda la década, alcanzando 44 % este año, máximo, a pesar de las importantes transferencias sociales que se realizan desde el estado.
Hay una nueva diáspora argentina en marcha que, esta vez, alcanza a la burguesía que “huye” al Uruguay y, en el mejor de los casos, solo utiliza nuestro país como “casa de temporada”. ¡La dimensión de la desconfianza hacia nuestro sistema económico lo muestra el hecho que los argentinos tenemos “encanutados” dólares billetes por el valor de medio PIB (220 mil millones)!
Proceso inversor. El problema de fondo de la Argentina es la ruptura del proceso de acumulación de capital, que se produjo luego de la declinación del modelo desarrollista, a mediados de los años 70s, y que se expresa de modo terminal en esta década. La falta de sostenimiento del proceso inversor es lo que determina el estancamiento secular del PIB per capita, el crecimiento astronómico de la pobreza y la falta de dinamismo exportador.
Es necesario un cambio de fondo para recrear el proceso inversor y generar empleo de calidad, reseteando la estructura institucional y de regulaciones: la estructura del gasto y de los ingresos públicos; las leyes laborales, simplificar todas las regulaciones que afectan a las inversiones, y replantear las relaciones de Argentina con el mundo.
No se puede crecer de modo sostenido con esta presión fiscal y nivel del gasto público. No es la agenda histórica del liberalismo argentino, es una realidad que no se puede eludir. El gasto total del sector público que en 1980 era del 30%, tocó un máximo de 34% en el año ‘86, oscilando cerca del 30% en la década de los ‘90s, bajando al 27% entre 2001 y 2003 para saltar hacia 2015 al 47% (incremento del 57% respecto a 1980 y 74% respecto a 2003).
El gasto social se debe focalizar en quienes lo necesitan, eliminando abusos como la existencia de ¡1 millón de receptores de pensiones por invalidez (0,6% de PIB)! Reveer la estructura del gasto incluye las transferencias al sector privado y el sobre empleo público, en particular en provincias y municipios.
Se debe avanzar en un régimen laboral que, conviviendo con el existente, permita crear trabajo en blanco, respondiendo a los cambios educativos, tecnológicos y productivos para poder emplear al 50% de los trabajadores informales, Lavagna dixit.
Para recrear la inversión y el empleo ya no alcanza sólo con precios relativos adecuados, hacen falta otros mecanismos adicionales que den certeza sobre la seguridad jurídica. Se precisa que haya un gran acuerdo político que establezca la inversión como prioridad. Parte esencial del empuje inversor debe ser la recuperación de los equilibrios macro y el establecimiento, a partir de una estabilización recuperada, de regímenes sectoriales de promoción productiva y regionales de desconcentración sobre bases sólidas, además de una pujante política de innovación, ciencia y tecnología.
Caminos equivocados. Un gobierno que, por la historia, debería sobreactuar su costado amigable con el sector privado, contrariamente realiza a diario expresiones y toma medidas discrecionales y arbitrarias que afectan la rentabilidad y, a pesar de que, algunas se retrotraigan, generan incertidumbre sobre las reglas de juego.
Esto desalienta la inversión, no solo en los sectores directamente afectados sino, por su efecto demostración, en el conjunto de la economía. La estabilización se aleja de la mano de los desequilibrios macro que no ceden y la desconfianza de los agentes que dolarizan sus carteras del modo que sea, frente a una brecha cambiaria que, con costosas medidas transitorias y goteo de reservas internacionales, bajó de 130% al 75%.
A pesar del congelamiento del 60% del IPC (tarifas y precios máximos), una economía semi-cerrada gran parte del año, poder adquisitivo del salario destruido y depresión (caída del PIB en máximos mundiales), la inflación termina 2020 en 36%, acelerándose, y es esperable que vuelva a ubicarse en torno del 50% en 2021.
El estricto control de capitales, las crecientes restricciones para importar, señalan el agravamiento del problema de divisas, que significó la evaporación del abultado superávit en cuenta corriente externa de más de U$S 4 mil millones más 5, 5 mil mill. de las reservas del BC.
Tampoco ayuda la política exterior: reconocimiento de la dictadura de Maduro, ya en total soledad; confrontación con Estados Unidos en los organismos regionales; relación en mínimos con nuestro socio estratégico regional Brasil.
Una cierta idea. Hay que repensar la Argentina o, parafraseando a Jose A. Ocampo refiriéndose a América Latina, hay que reinventar la Argentina. La última generación que pensó un proyecto nacional fue la que lideraron Frondizi y Frigerio, hace ya 60 años.
En aquel entonces elaboraron, junto a un grupo de intelectuales y hombres de la política, una doctrina para lograr un país desarrollado económicamente e integrado territorial y socialmente. Y lo pusieron a prueba exitosamente en el breve gobierno de 1958 a 1962.
Se planteó un país industrial, a partir de una fuerte corriente inversora, nacional y extranjera, en los sectores estratégicos, definidos prioritarios (por ej. el sector petrolero) para liberar las trabas para el desarrollo.
Una economía que se pensaba inserta en el mundo, a partir de un sector privado pujante y un estado que tenía un rol de planificación indicativa, a través de los mecanismos de promoción.
Hoy no se sabe cuál es el proyecto de Nación, donde está yendo Argentina, cuál es nuestro lugar en el mundo. Falta en nuestra dirigencia aquello que decía tener el Gral. De Gaulle cuando gobernaba su país: “una cierta idea de Francia”.
*Economista UBA, ex director ejecutivo por Argentina en BID.