Escribir “hace unas noches” indica que hay alguien que las hace, como si las noches no estuvieran hechas hasta la aparición de un ser que las inventó. La noche no se hace, sino que es (como algunas mujeres locas), y al mismo tiempo, no es, porque, ¿qué es una noche? ¿El ser del silencio en la sombra, el rumor en lo oscuro?
Hará unas noches, la nada de esas noches que nadie hizo en que el calor nos hace dormir con puertas y ventanas abiertas, entregado al hormigueo del cuerpo –¿la sangre es hervor de la pasión sin sosiego que habita a los solitarios o efecto de la mala circulación?–, escuché el trino acompasado de un pájaro. Me llamó la atención que el ave murmurara su canto en la negrura, cuando por lo general empiezan a preludiar las glorias del día rompiendo los quinotos en la madrugada, pero el cambio climático da para que las flores del verano rompan al fin del invierno y luego repitan su función, desoladas, cuando comienza el otoño, del mismo modo que los soldados amarillos de la ciudad verde de Macri cercenaron las ramas laterales de la mitad de los árboles de la ciudad, bajo el pretexto de que ganaran altura, consiguiendo que los tilos ya no suelten su perfume y que a la larga cada desguarnecida copa de cada árbol no resista el menor viento, que antes absorbía la fronda, y que se caigan mucho más que antes. En fin. El pájaro trinó, y yo lo escuché y me llamó la atención su canto, porque nunca había escuchado cantar así a un pájaro, y porque justo entonces estaba pensando, aunque parezca raro, en el Espíritu Santo, acordándome de una foto en la que nuestro papa peronista suelta al aire una paloma blanca mientras se le vuela el gorrito que calza en la tonsura. Me acordé de esa paloma trinitaria y recordé el comentario clásico de los fóbicos: “Las palomas son una plaga, son ratas con alas”. Me acordé también, entonces, tirado en la cama, de otras noches de verano, cuando se escucha a las gatas maullando su anhelo –el cuerpo es un espacio vacío, un agujero de materia hecho para que el fantasma de la pasión lo atraviese–, y el modo en que ese quejido distante a veces suena como el llanto de un recién nacido. Por triple o cuádruple desplazamiento asociativo, me di cuenta de que el canto del pájaro desvelado era en realidad el chillido de una rata que había entrado en mi cocina.
La realidad tiene un tropismo negativo: muta en asquerosa para volverse interesante.