Hoy, como ayer, Argentina vuelve a aprenderlo todo de vuelta (para olvidarlo mañana mismo o en cinco minutos) gracias a las tragedias. Tracción a sangre. Somos el lugar sin nombre, donde la tierra se arrasa.
Cada diez años se recicla una nueva parodia de gobernabilidad y gestión que deja en claro la inexistencia del Estado: somos Deadwood. Por eso la tragedia de las inundaciones demuestra que no existe el Estado, sino el aparato (el que deliberadamente confunde Estado y gobierno con partido). Y tan siquiera eso: una anomia de pura tragedia y mafias que se llevan hasta el último centavo. Ayer fue la estación Once, antes de ayer los saqueos y los cortes de luz, hoy las inundaciones. En cada uno de los casos el aparato no asegura previsibilidad, sino un correcto uso político de la tragedia en cuestión.
Creemos en los partidos políticos, pero el sistema de partidos implosionó. Sólo quedan sus estructuras vacías que, cada tanto, emergen con algún gesto solidario como el que vemos hoy frente a la tragedia juntando donaciones de distinto tipo. Pero el grueso del sistema político existente fue cómplice de este estado de cosas al haber dado quórum en casos varios en los que el PEN fue vaciando los recursos del Estado (Anses, Aerolíneas, Fútbol para Todos, YPF, emergencia económica, reforma de carta orgánica del BCRA, etc.)
No hay contención informativa: los medios oficiales y paraoficiales tardaron 24 horas en aceptar que la tragedia era de una magnitud gigantesca sólo con una finalidad netamente política. No hay contención institucional, pero tampoco ciudadana (porque un quiebre se ha instalado entre las personas): la tierra arrasada nos ha fracturado a tal punto en el que las pérdidas se miden políticamente según circunscripción. Dejó de haber personas: sólo datos (falseables) y noticias (que deben ser verificadas una y otra vez).
Estamos perdidos mientras no recuperemos la empatía elemental de reconocernos en solidaridad con un par nuestro, es decir, con cualquier persona que sufra una desgracia. En ese punto radica nuestro mayor problema hoy, más duro todavía que la constatación de la ausencia institucional: estamos perdiendo la empatía por efecto de la anestesia y la naturalización de las muertes.
Sin Estado, sin instituciones que respondan a tiempo (que prevean, que ayuden en el durante y en el post de una tragedia), sin partidos que nos provean de un imaginario elemental de red social ciudadana, solamente nos queda la solidaridad de persona a persona, es decir, la solidaridad que nos define como individuos en comunidad. En la tragedia lamentablemente reconocemos, con el rabillo del ojo, a nuestros pares. Y esa identificación nos provee de una idea: así como alguien puede sufrir, alguien como nosotros está ahí ayudando donde nuestros ojos normalmente no miran y el Estado (vaciado) no llega.
Si nos reconocemos mutuamente en la tragedia, significa que algo todavía funciona en nosotros, más allá de toda forma institucional. Rescatemos eso. A partir de ese gesto por contraste podremos observar la miseria política y humana de quienes lucran con la tragedia.
Hoy no nos matan la dictadura y el neoliberalismo (eso sucedió y aprendimos). Hoy nos asesina lentamente el populismo; vuelve a mostrarnos que el Estado no se vacía solo. Y que con el Estado vacío, las instituciones incapacitadas y los partidos políticos destruidos, sólo quedan las acciones ciudadanas.
Quizás en esa descripción haya un horizonte de posibilidades: juntarse, nuclearse con pares, actuar políticamente a través de organismos no gubernamentales, espacios de acción que muestren con el ejemplo, desde fuera del Estado, que la vieja y querida red social puede funcionar. Y quizás algún día volvamos a tener algo parecido a una vida normal.
*Guionista, crítico, docente, realizador y escritor.