Desde Paris
“El Estado de Israel debe sobrevivir imperativamente, pero su nacionalismo es una tragedia, profundamente contraria al talento judío, que es cosmopolita”. A esta afirmación de George Steiner se podría agregar la de otro judío prominente, el historiador británico Simon Schama, autor de La historia de los judíos: “Soy sionista, y odio que se haya convertido en sinónimo de un neofascismo censurable (…) Busco sin remordimientos un Estado palestino y un Estado judío” (El País, Madrid, 17 de mayo de 2015).
Hay muchas otras voces, judías y no, que van en el mismo sentido en todo el mundo, sin embargo el Estado de Israel (EI) continúa cerrándose sobre sus fundamentalistas religiosos y encaminándose hacia el aislamiento, el descrédito y quién sabe hacia qué tipo de catástrofe regional, mundial o amenaza permanente no sólo para el Estado, sino para los judíos de todo el planeta.
De los 193 Estados miembros de la Organización de Naciones Unidas (ONU), 136 han reconocido ya al Estado Palestino (EP), y a ellos se acaba de agregar el Vaticano (ver recuadro). Tres países de la Unión Europea (UE), Suecia, Malta y Chipre, más 15 Parlamentos –entre ellos el francés, el español, el británico y el de la propia UE– también lo han hecho.
El 29 de noviembre de 2012, la Asamblea General de la ONU, a través de la Resolución 67/19, pasó a considerar a Palestina como “Estado observador”. Días después, el 5 de enero de 2013, el presidente palestino Mahmoud Abbas adoptó el mismo nombre, en sustitución de “Autoridad Nacional Palestina”. Los dirigentes palestinos persiguen ahora una resolución del Consejo de Seguridad (CS) de la ONU que intime a Israel a iniciar negociaciones a concluir en dos años, sobre la base de las fronteras anteriores a la guerra de 1967 y con Jerusalén Este como capital del Estado. Deben obtener nueve votos de los miembros permanentes y adherentes para que ésta ingrese al orden del día del CS. El gran obstáculo es el veto de los Estados Unidos, aunque la actitud israelí va encontrando cada vez más críticas en la opinión pública estadounidense. El acuerdo con Irán, que debería concretarse en junio próximo, y las estrechas relaciones económicas con varios países árabes, más la creciente influencia de Rusia y China, van debilitando el apoyo de EE.UU. a Israel.
Pero los palestinos tienen otra poderosa carta en la manga, que el historiador franco-judío Dominique Vidal (autor, entre otros libros, de Otro Israel es posible) no vacila en calificar de “bomba atómica”: su adhesión a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y a la Corte Penal Internacional (CPI). Según Vidal, eso podría hacer que “Israel se encuentre en el banquillo de los acusados”.
En cualquier caso, la opinión mundial y la actitud de los gobiernos es cada vez más contraria a la política israelí. El boicot internacional a los productos provenientes de las colonias ilegales de Israel en territorio palestino (las Directivas de la UE, por ejemplo, excluyen esos productos de los beneficios fiscales de los que gozan los fabricados en el EI) ya provocó el cierre de Sodastream, una importante multinacional israelí, y la pérdida por parte de Veolia, francesa, de un contrato en Boston por 4.500 millones de dólares, tras una campaña de denuncia de la provisión de infraestructura de la empresa a colonias ilegales israelíes. El fondo de pensiones holandés PGGM retiró inversiones por valor de decenas de millones de euros de cinco bancos israelíes, argumentando la falta de ética y las prácticas ilegales de estos bancos en Cisjordania. Y así en varios casos más.
Hasta la Federación Internacional del Fútbol Asociación (FIFA) se ve presionada para analizar una sanción a Israel, ya que clubes de las colonias ilegales en Cisjordania y Gaza participan en los campeonatos del EI, y que equipos de Jordania, Emiratos Arabes e Irak tienen prohibido participar en Cisjordania. Para Le Monde, “una suspensión de Israel colocaría a ese país en el mismo rango que Africa del Sur en la época del apartheid”.
Hervidero interno. Siglos atrás, el catolicismo supliciaba y quemaba en la hoguera. Hoy, los fundamentalistas musulmanes secuestran, violan y degüellan masivamente y el Estado de Israel segrega y masacra. Asuntos de religión que, como siempre, enmascaran intereses expansionistas concretos. Desde las matanzas de Sabra y Chatila (1982), pasando por la represión de la primera Intifada (1987) y las de Gaza (2008-2009), la política del EI ha conducido a más violencia. En junio de 2014, el secuestro y asesinato de tres jóvenes colonos en Gaza provocó la represión israelí y la respuesta de misiles islámicos sobre Israel, seguida de una invasión israelí en regla. Resultado: 72 muertos israelíes contra 2.140 palestinos, de los cuales el 70% eran civiles, 500 de ellos menores de edad, más 11 mil heridos y 5 mil millones de dólares de destrucción.
Esta sucesión de masacres va aislando progresivamente al EI de la opinión pública mundial e incluso interna. Como ejemplo del primer caso, el gran título y foto de portada de Le Monde del 5 de mayo de 2015: “La deriva moral del ejército israelí en Gaza”. El periódico francés, uno de los más prestigiosos del mundo y no precisamente antijudío, subraya que Israel “se aparta progresivamente de las Convenciones de Ginebra”, ya que según el EI, “éstas no se adaptan a un conflicto asimétrico”. Paradojas de la historia, es el mismo argumento que, palabras más o menos, esgrimía la antisemita dictadura argentina de 1976-1983…
Pero la otra “bomba atómica” es interna. En primer lugar, los veteranos de guerra del EI. La asociación Breaking the Silence (Rompiendo el Silencio), formada por más de mil ex combatientes, publicó en Le Monde, el 20 de mayo de 2015, un extenso comunicado de título explícito: “Nosotros, militares israelíes, llamamos a Israel a detener su estrategia de ocupación”. No hay espacio aquí para reseñar la argumentación, pero el final del comunicado lo dice todo: “Sólo la libertad de los palestinos puede garantizar la libertad y la seguridad de los israelíes”. Vidal agrega que “116 ex generales, dirigentes del Mossad y comandantes de la policía, en una carta dirigida a Benjamín Netanyahu publicada en el diario Yediot Aharonot propusieron ‘iniciar negociaciones con los Estados árabes moderados y los palestinos en Cisjordania y Gaza, sobre la base de la iniciativa de paz de Arabia Saudita’. Adoptada unánimemente por el mundo árabe, ésta propugna la normalización completa con Israel a cambio de su retirada de los territorios ocupados. Nunca tantos ex miembros de la seguridad israelí se habían pronunciado por una iniciativa de paz tan avanzada”, concluye.
Y hay más, esta vez en relación con la propia democracia israelí, cuya principal paradoja es que el Estado está dirigido por fundamentalistas religiosos, pero su sociedad es una de las menos religiosas del mundo: según una encuesta mundial Gallup de abril pasado, 65% de los encuestados se declaran no religiosos o ateos. Así, por ejemplo, una asociación civil israelí “rompe un tabú al poner en marcha un servicio que sortea la suspensión del transporte público en el día sagrado judío (…) La ley rabínica (…) también obliga a que los matrimonios se celebren por el rito judío. Miles de israelíes que desean contraer matrimonio civil (…) tienen que trasladarse a países vecinos, sobre todo a Chipre” (El País, Madrid, 3 de mayo de 2015). A mediados de mayo, el primer ministro Benjamin Netanyahu tuvo que dar marcha atrás ante la decisión de su Ministerio de Defensa de segregar en los autobuses de Cisjordania a los más de 50 mil palestinos con permiso de trabajo que a diario se desplazan hacia Israel…
¿Cual es la explicación de esta esquizofrenia política y social? El temor, como causa principal, entre otras. Para Vidal, “el Likoud ha ganado indiscutiblemente las elecciones legislativas del 17 de marzo último. Pero su victoria se debe menos a un avance en relación con el centroizquierda que a su capacidad de aspirar al electorado de sus aliados-competidores de derecha y extrema derecha: formaciones ultraortodoxas, Hogar Judío, Israel Beteinou. Es por eso que para formar gobierno debió contentarse con una muy estrecha coalición, que cuenta con 61 diputados sobre 120”.
Con esos aliados y sus propias ideas, es improbable que Netanyahu cumpla con las promesas hechas a la jefa de la diplomacia de la UE, Federica Mongherini, que visitó Israel el 20 de mayo pasado, en el sentido de apoyar una solución de “dos Estados para dos pueblos”. Pero el aspecto positivo del asunto es que la actual coalición de fanáticos ortodoxos podría estallar ante las presiones internas e internacionales, dando paso a una política más razonable del EI, acorde con su incontestable derecho a vivir en paz y seguridad y con el inconmensurable aporte judío a la civilización.
Dos Estados mutuamente reconocidos y una Jerusalén compartida por los tres monoteísmos no acabarán con el fundamentalismo islámico de un día para el otro, pero son el requisito indispensable para iniciar el camino de la paz.
El Vaticano en Medio Oriente
En mayo de 2014, cuando el papa Francisco I viajó a Tierra Santa –la cuarta peregrinación de un jefe vaticano contemporáneo–, su periplo por Amán (Jordania), Belén (Palestina) y Jerusalén (Israel) podría haberse considerado como uno más en el marco del diálogo interreligioso inaugurado por Juan XXIII, signado hasta ahora por declaraciones que no alcanzaban a disimular las mutuas desconfianzas.
Pero este papa parece decidido a ir más allá, tal como demostró con éxito en su intercesión entre Estados Unidos y Cuba. Además de multiplicar los gestos simbólicos (invitación a rezar juntos en el Vaticano al presidente de Israel, Simon Peres, y a Mahmud Abbas, jefe de la Autoridad Nacional Palestina; reunión y declaración conjunta con el patriarca de Constantinopla; abrazo con el rabino Abraham Skorka y el musulmán Omar Abboud en el Muro de los Lamentos, etc.), hizo dos declaraciones de peso respecto del problema central en la región. En lo que se refiere al Estado de Israel: “Que sea universalmente reconocido que el Estado de Israel tiene derecho a existir y a gozar de paz y seguridad dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas”. Respecto de Palestina: “Que se reconozca igualmente que el pueblo palestino tiene derecho a una patria soberana, a vivir con dignidad y a desplazarse libremente”.
Nótese, en cuanto a Israel, lo de “fronteras internacionalmente reconocidas”. O sea por la ONU; o sea las anteriores a la guerra de 1967. Respecto de los palestinos “patria soberana” no es igual a “Estado”, pero esa breva no tardaría en caer. El 13 de mayo pasado, el Vaticano anunció que “próximamente se firmaría un acuerdo con el Estado Palestino” que permitirá precisar las actividades de la Iglesia Católica en su territorio. Un reconocimiento oficial, confirmado luego. El acuerdo estaba negociándose desde 2000, pero entre el Vaticano y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Ahora, el reconocimiento del Estado Palestino implica además, como es obvio, el reconocimiento de la Autoridad Nacional Palestina, presidida por Abbas.
La actitud del Vaticano es tanto más significativa si se considera que la OLP ha firmado en abril de 2007 una entente cordiale con Hamas, una organización islámica extremista que controla la franja de Gaza –de la que expulsó a la OLP en 2007– y no reconoce al Estado de Israel.
Francisco I, que recibió a Abbas en el Vaticano y lo llamó “ángel de la paz”, parece confiar en que el acuerdo entre las dos organizaciones palestinas rivales y el creciente aislamiento internacional de Israel acabarán por obligar a los extremistas de Hamas a plegarse a posiciones razonables.
*Periodista y escritor