COLUMNISTAS
la argentina que emerge

Hacia un país moderado

Gran parte del electorado aparece más cercano al gradualismo que al todo o nada. Respuestas antes o después de 2015.

Cristina Fernández. Dibujo: Pablo Temes.
| Temes

Se cerró el proceso preelectoral y el país vota. El resultado de la elección legislativa definirá el entorno político de los últimos dos años del mandato de la Presidenta. Al mismo tiempo, de este proceso emerge un país en muchos sentidos bastante más “normal”, política e institucionalmente. Un país en mejores condiciones para encarar una sucesión presidencial y un período de grandes dificultades macroeconómicas, en un contexto mundial ya de por sí complicado.

Los resultados electorales los conoceremos en pocas horas; hasta ahora, las encuestas y las presunciones coinciden, a grandes pinceladas, en que el electorado está buscando correcciones en los equilibrios políticos sin demasiados dramatismos. Muchos votantes se alejaron del espacio oficialista, pero para instalarse no en los campos fuertemente opositores sino en espacios de las “vecindades” políticas, donde coexisten –con mayores o menores grados de acuerdos– moderados de diversos matices: ex kirchneristas, anti- kirchneristas moderados y hasta algunos kirchneristas moderados. Esto que a falta de mejor palabra llamamos “moderación” –una preferencia por los cambios graduales, rechazando el ‘blanco y negro’ o el ‘todo o nada’– es la mejor expresión del humor imperante en una gran parte del electorado argentino de hoy.

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La moderación excluye las respuestas extremas a los complejos problemas que nos agobian, así como las hojas de ruta excluyentes de las que persiguen otros. Es como un método; no anticipa qué se hará, sino cómo se hará lo que se haga; dice poco de los objetivos de quien pueda alcanzar el Gobierno y dice más de los caminos que elegirá para encauzar el rumbo hacia esos objetivos. La moderación es irritativa para quienes mantienen puntos de vista vehementes acerca del presente y de los problemas que llenan la agenda actual; también irrita a los amigos de los diagnósticos terminantes que propugnan recetas inflexibles. El hecho es que en la Argentina actual la población se manifiesta moderada. Moderados son también, por ejemplo, muchos republicanos y demócratas de Estados Unidos que acordaron evitar el default y para eso sacrificaron algunas de sus convicciones, como lo son los millones de ciudadanos de ese país que –de acuerdo con las encuestas de estos días– dan su consentimiento al acuerdo y premian a quienes lo alcanzaron. Es un buen ejemplo, porque muestra que la moderación no resulta de que todos sean moderados sino de que los moderados de cada lado prevalezcan sobre los extremistas de cada lado.

La moderación puede ser “ni chicha ni limonada”, pero no necesariamente. Puede ser también un blend equilibrado, como esos cafés en capsulitas que se presentan en valores medios de la escala de “intensidad”. No son ni muy fuertes ni muy débiles, lo cual no sólo no tiene nada de malo sino que para muchos consumidores son los preferidos.

La Argentina moderada que parece ir emergiendo de esta elección nacional no se refleja solamente en las preferencias de los votantes y los perfiles de la oferta política actual. También el Gobierno –este gobierno, gran campeón de causas no moderadas, cultivador de un estilo poco moderado– se ha moderado en algunos aspectos. Se lo ve ante todo en la selección de los candidatos y en el estilo de campaña de la mayoría de estos; también en los espacios mediáticos que el Gobierno promovió para sus espadas moderadas y que tendió a restringir para los espadachines poco proclives a matices. Las campañas de Insaurralde, de Filmus o Taiana, y la figura de Scioli, para no ir a las provincias, son arquetipos de moderación, que buscan convocar a votantes independientes alejando el fantasma de los “duros” del kirchnerismo que el electorado manifiestamente está evitando. Lo mismo sucedió del lado de las candidaturas opositoras: el Frente liderado por Massa, el PRO y varios referentes de UNEN hicieron gala de moderación en sus críticas al Gobierno. No siempre se dejaron llevar por instintos moderados cuando se refirieron a otros opositores, pero a la larga, durante estas campañas, prevaleció la moderación.

El Gobierno se moderó en el campo de las políticas públicas. Galuccio es un moderado de la política energética. Berni o Granados no son exactamente moderados, pero su presencia en las primeras filas de la toma de decisiones tiene un efecto moderador, porque contrarresta en 180 grados las políticas vigentes hasta ahora. Boudou –dejando de lado otros problemas que lo afectan– o Lorenzino son moderados de este gobierno, y tienen más protagonismo estas semanas del que tuvieron desde hace tiempo. Algunas señales que la Argentina viene dando en el frente financiero internacional van en la misma dirección.

A partir de ahora, la política se verá exigida a responder en términos que requerirán un enorme esfuerzo para equilibrar ese estilo moderado hoy demandado por la sociedad y ciertos grados de osadía para encarar los problemas pendientes. No sabemos si esas respuestas empezarán a producirse antes o después de la elección presidencial de 2015; pero, tarde o temprano, tendrán que producirse. Las respuestas no moderadas –las fuertemente doctrinarias o tecnocráticas– no funcionarán porque son políticamente inviables. La Argentina no requiere “salvadores” sino dirigentes políticos preparados para definir dónde se tomarán las decisiones que hacen falta para ir enderezando el país, cómo se identificarán los ámbitos de debate constructivo y de formación de consensos. La sociedad moderada no está reclamando soluciones predeterminadas, está esperando que sus dirigentes y representantes encuentren algunas fórmulas viables para cada problema dentro del mayor arco posible de consensos efectivos.

Hay otro factor de moderación institucional, invalorable e insustituible, que es la Corte Suprema. Se esté o no se esté de acuerdo con el contenido de cada uno de sus fallos, en la tendencia de sus decisiones la Corte se ha erigido en un custodio de la interpretación moderada de la Constitución, prefiriendo pequeños conflictos ocasionales con el Ejecutivo –o tal vez, a veces, dentro del mismo cuerpo– a dejar que el país caiga en situaciones extremas, fuertemente divisivas, que serían de difícil o arduo retorno. El fallo sobre Santiago del Estero, casi como broche de este proceso preelectoral, fue una contribución no menor a la moderación de las propensiones al absolutismo que anidan desde siempre dentro de nuestra dirigencia política.