COLUMNISTAS

Hasta en la omisión aflora la miseria

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Estar empantanado es una variante inesperada y negativa de haber tocado fondo. Mezcla de posibilismo con lugar común, suele decirse que, al fin y al cabo, es bueno haber tocado fondo. Desde ese lugar sólo se puede rebotar; no se puede seguir bajando.

Lejos de amagar con resurgir, el fútbol parece empantanado en el festival de miserias, egoísmos, negaciones y torpezas que, a partir del jueves negro de la Bombonera y durante los días sucesivos, expuso a quienes forman parte de él como intérpretes caricaturescos de un mundo que, antes de aquel día, ya se veía deforme.

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No sólo entre todo lo que se habló y lo poco que se hizo no se advierte nada que constituya el punto de partida para escapar de la decadencia, sino que la enorme mayoría de los protagonistas se ven, ante todo, desesperados por salvar sus trapos. Trapos que, por cierto, no tienen lugar para más mugre.

Se hace muy difícil estos días calificar lo que anda pasando sin caer en groserías o agravios. Casi todo lo que se dice en público, o es mentira o esconde parte de la verdad. Y lo que se expresa en off deja a la intemperie que la intención de máxima de muchos involucrados es la de jugar para la tribuna propia. Está descartada de plano la posibilidad de sentarse en una mesa, asumir las culpas, barajar y dar de nuevo.

Tantos son los protagonistas y tantos de ellos se muestran con posturas pequeñas, falaces o evasivas que no alcanzarían ni estas líneas ni muchas otras para exponerlos. Y sería el camino más corto para llenar mi agenda de enemigos.

Es más, hasta en la omisión aflora la miseria. Jamás en la historia el fútbol argentino dependió tanto del Estado. Desde hace casi seis años, las finanzas gruesas de los clubes provienen de nuestros impuestos. Y los dirigentes, como tantos legisladores, intendentes o gobernadores, corren babosos hacia el calor de una chequera que, para colmo, no les exige rendición de cuentas.

No hace falta que amplíe demasiado: el Fútbol para Todos garantiza una parte de los partidos que prometió a través de la tele de aire pero acepta que se excluya a los hinchas de los estadios como nunca antes sucedió. Y no por dar la opción de ver en vivo los partidos desde un sillón y en pantuflas, sino porque, aun a sabiendas de esta dependencia casi enfermiza, sus responsables no mueven un dedo para que el espectáculo salga de este grotesco permanente.

Un fútbol sin hinchas visitantes, a veces sin locales, con estadios suspendidos, con hegemonía barra, con clubes endeudados por décadas, con dirigentes irresponsables, con tipos que rajan de la efedrina para llevarse el toco bajo las patas de un pibe que promete, es fútbol para todos sólo a través de la tele. Y en algún caso, ni siquiera.

La presencia del poder político alrededor del espanto de la Libertadores se redujo a un puñado de chicanas proselitistas. Y a un silencio atroz de funcionarios de todos los niveles cuya agenda más de una vez subalterna asuntos urgentes respecto de asuntos de las pelotas. Testigos de ello son los que dan fe de que el Gobierno, a niveles de influencia insospechados, pasó en vela aquella noche en la que Marcelo Tinelli pasó de ser el dueño de todas las transmisiones a ser el mal entre los males. Esa misma gente que durante esa madrugada del verano de 2014 paró todos los relojes y repartía lapiceras para armar listas de relatores y comentaristas posibles y probables no ha movido ni una pestaña que permita advertir lo que opinan sobre lo sucedido entre barras, panaderos e inescrupulosos de traje, corbata y pantalones cortos. Mucho menos se insinúa que tengan el menor interés en trabajar alrededor de una solución.

Está claro que lo más sencillo es entrarle a la política. Es jugar un poco para la tribuna. Impopulares en su impudicia y deslucidos en su capacidad intelectual, abundan los dirigentes a los que denostar. Lo curioso es que, finalmente, los votamos.

Es una visión miope e injusta quedarnos sólo en ellos.

Este fin de semana se reanudó el fútbol doméstico después de esa especie de duelo relativo por la muerte del chico Emanuel Ortega. Imagínense lo que nos hubiésemos ahorrado si, ante tanto dolor, se hubiera suspendido también el partido de la Libertadores.

El compromiso de la AFA con el gremio de los futbolistas como para evitar que se repita la tragedia es poner protección en los paredones de los costados de las canchas que, según Sergio Marchi, secretario general de Futbolistas Argentinos Agremiados, son en un 95% de perímetro reducido. Es decir que, durante noventa días, no se elimina el riesgo sino que se espera que la desgracia no se repita.

Boca podría volver a jugar en su estadio contra Newell’s dentro de dos semanas si realizara ciertas obras para darles más resguardo a los de adentro de la cancha respecto de los de afuera. Sobre todo en el sector de la manga visitante. Es decir que no se contempla la posibilidad de eliminar la presencia de asesinos en los estadios, sino que lo que se pretende es que a esos asesinos les cueste un poco más agredir a los protagonistas. Que esos asesinos usen sus armas con cualquiera de los demás hinchas que asistimos a los estadios no figura en ningún protocolo de seguridad vigente.

La AFA, que se abstuvo de mencionar siquiera de refilón la vergüenza del gas tumbero –y las posturas de los dirigentes, y la retención indebida de dos planteles dentro de un campo de juego durante más de una hora y media, etc., etc., etc.–, salió a los manotazos a través de un comunicado para responder sin mencionar a Sergio Berni y a Alejandro Fantino por considerarlos desestabilizadores. Para comenzar, nombres y apellidos; no eufemismos. Por cierto, si se trata de repudiar a quienes pensamos que esta dirigencia no debe permanecer ni un segundo más a cargo que el que implica respetar la institucionalidad, vayan ampliando el reclamo.

Luego, nada pueden tener en común las responsabilidades de los periodistas y las de un funcionario del área de seguridad que interactúa constantemente con el triste espectáculo de tribunas vacías de locales y de visitantes y repletas de miserables con quienes no se anima a meterse ni un poquito.

En línea con otro sincericidio, Luis Segura, presidente de la AFA, manifestó que los clubes no deben garantizar la seguridad, que para eso se pagan los operativos. Hasta que no dejemos de hablar de clubes y operativos como si fuesen compartimentos estancos en la responsabilidad por garantizar la seguridad de quienes bancamos el negocio –y unos cuantos emprendimientos privados–, no habremos arrancado hacia ningún lado.
La payasada dialéctica de nuestro fútbol es una versión descarnada del juego perverso entre quienes le damos cierto valor a la palabra y aquellos a los que la contradicción y la mentira les importa un bledo.

Todo se reduce a la apariencia: ante el público aparento defender los intereses de mi club. Ante el periodista, en privado, aparento ser el hombre de bien que no soy. Y de un sentido común que no tengo.

¿Qué decir de nosotros, los periodistas?

Algunos gritamos torpemente nuestra verdad e insistimos con ella con la comodidad de saber que jamás comprobará finalmente si estamos en lo cierto: nadie se va a tomar el trabajo de poner en marcha esa solución que pregonamos.

Algunos buscamos un lugar en el universo. De tal modo, elegimos en casos estridentes como éste una postura que de ninguna manera es la nuestra pero que tiene cierta originalidad, ciertamente grotesca. Como sea, nos garantizamos un par de invitaciones a programas de tele de esos que, pasado el efecto Panadero, volverán al caso Angeles o al melodrama Samid, que se ofende con hache.

Algunos esperamos el efecto redes sociales y nos pronunciamos de una u otra forma sólo después de tener un indicio de para qué lado se mueve la mayoría de nuestro mísero electorado. Inventamos un Duran Barba virtual.

Como si hiciera falta.