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Heavy metal

Notas para un falso documental. A la noche la cámara sigue por la ciudad a un grupo de hombres y chicos en carritos, algunos atrás de un camión, otros con un carro a caballo.

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Notas para un falso documental. A la noche la cámara sigue por la ciudad a un grupo de hombres y chicos en carritos, algunos atrás de un camión, otros con un carro a caballo. Palanquean placas conmemorativas en los monumentos, placas de profesionales en las entradas de los edificios, tapas de desagües pluviales, esculturas, bustos de figuras ilustres, arrancan medidores, se trepan a los postes, cortan cables entre chispazos. Uno casi se electrocuta. Otro se trepa a un monumento ecuestre, tratando de arrancar las espuelas, la espada. Se ve el caballo con doble jinete, el prócer llevando en ancas al metalero, el caballo gigante como semental renacentista y abajo el caballito flaco que espera atado al carro. De pronto tienen que huir porque viene la policía. Música de Iron Maiden.

Imágenes de un documental europeo sobre las fundiciones en tiempos de guerra, cómo se derretían campanas de iglesia, estatuas y lo que fuera, para construir cañones y armas. Entrevista a un orfebre argentino que hace placas conmemorativas. Explica por qué la gente encarga esos trabajos con el texto forjado en metal. Dice que los encargos siempre son intentos por evitar el olvido. Habla de las máximas, las bases del Estado, las frases célebres que se mandan a hacer, los principios del iluminismo. Lo que se forja en bronce dura miles de años, dice su voz en off sobre imágenes de los monolitos pelados, los pedestales sin busto, los héroes sin espada, los carritos alejándose. Imágenes del tren: los chicos leyendo en voz alta las frases de una placa arrancada.

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Corte al Gran Buenos Aires, los galpones del chatarrero, que separa todo en pilas sobre el camión: plomo, níquel, zinc, bronce, cobre. Les pagan. El kilo de plomo $ 5, el de cobre $ 15. La cámara sigue (siempre de noche para deshacerse rápido de la evidencia) al camión del chatarrero que va a la fundición, descarga, y le pagan el doble de lo que él pagó. Se ven los hornos fundidores funcionando, las calderas. Las piezas caen en el magma encendido y viscoso, un magma inicial donde van a parar los bustos de los ilustres, los notables, los autoconvocados. El busto de Sarmiento –que murió diciendo “Ya siento el frío del bronce”– cae a mil quinientos grados de temperatura. Las frases de las placas que repiten la palabra patria se funden, los pedazos de himnos modernistas cambian de forma, las frases célebres, los consejos, los proverbios, los principios, el alfabeto se disgrega, y el metal líquido cae en cubeteras donde se van enfriando de a poco los lingotes.

Corte a planta industrial, de día. Todo legal. Un gerente con casco explicando cómo se fabrican caños y equipos de refrigeración con el metal. Entrevista a un funcionario dando datos sobre la exportación ilegal del cobre, las medidas para evitarlo, las cifras. Entrevista a un historiador entre indignado y triste frente al monolito saqueado, el busto ausente. Entrevista a intelectual rockero o viceversa que opina sobre la construcción del Estado y el hurto famélico, y que tira frases célebres como: “Cuando el pueblo funde el bronce de sus héroes para comer quizá sea hora de empezar otra revolución”.

Imágenes del Conurbano. Los mismos chicos metaleros comprando fideos, arroz, yerba, azúcar, cartones de vino, otros comprando paco, porro, pasta base. Imagen de las casillas. Mucha gente alrededor de una mesa. Risa. Cumbia sonando. El carrito botellero desatado al lado, las varas apuntando al cielo. El caballo suelto en el basural, apartando bolsas de plástico con el hocico para encontrar algo de pasto.