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Hijo modelo

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“Marxismo” es el nombre de fantasía que designa la culminación de la Escuela Clásica de economía. En la línea de Smith y Ricardo, Marx corona el sistema al perfeccionar la Teoría del valor-trabajo: las cosas “valen” por la magnitud objetiva de trabajo incorporado. Keynes pertenece a otra perspectiva ontológica antagónica e incompatible, junto con austríacos y neoclásicos, la Teoría subjetiva: es el sujeto el que determina el valor. Pretender ser “marxista” y “keynesiano” es como cabalgar simultáneamente dos caballos que van en dirección opuesta. Ser “marxista” significa tener una perspectiva científica. No equivale a ser “socialista” o “revolucionario”. Hay socialistas no marxistas y hay marxistas reaccionarios. El socialista quiere destruir el capitalismo; el no socialista quiere salvarlo. Axel Kicillof quiere salvar al capitalismo argentino con una receta que, digan lo que digan, no es marxista. Ni revolucionaria.

En situaciones de crisis política grave suelen emerger gobiernos “bonapartistas” (“populistas”, prefieren otros), que controlan a las masas tomando alguna de sus demandas (parecen “de izquierda”) para rescatar al sistema de su ruina (parecen “de derecha”). Expresan un empate social: ni los patrones ni los obreros pueden imponer sus intereses profundos.

El bonapartismo flota en el medio y, mientras hay plata, es adorado por casi todos; cuando se acaba, concita el odio general. Sus políticas suelen ser erráticas y muy ligadas a la coyuntura. Como debe expresar una situación anormal, su personal político no puede surgir del establishment. Un conjunto de “hombres nuevos”, sin trayectoria, que ascienden tan rápido como suelen caer. Generalmente, se distribuyen en dos grandes grupos: simples arribistas que protagonizan escándalos de corrupción y tecnócratas honestos y voluntariosos. Estos últimos expresan siempre alguna heterodoxia, como Prebisch o Frigerio. Salvando las distancias intelectuales y políticas, Kicillof es una mezcla de ambos: un neodesarrollismo moderadamente estatista.

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Contrariamente a lo que suele afirmarse, Kicillof no tiene ni ha tenido posiciones políticas radicalizadas, salvo que se considere por tal la pertenencia a una agrupación estudiantil “progre” (Tontos pero No Tanto), a una cofradía de funcionarios (La Cámpora) o un intervencionismo económico que no alcanza a Paul Krugman. Tampoco es dueño de una carrera académica espectacular ni de una producción intelectual destacada. Mucho menos, un brillante desempeño como economista, por más que Bulgheroni se empeñe en desmentirme. Sí una notable habilidad política, que le permitió pasar desde la oposición a Franja Morada, al gobierno menemista y luego al cristinismo.

Conocí a Axel cuando se lo consideraba “marxista especializado en los Grundrisse”; lo vi ascender como keynesiano especializado en Keynes; no me extrañaría verlo algún día en alguna otra especialidad acorde a los tiempos. Pero marxista, no. Revolucionario, tampoco.

 

(*) Historiador, docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Uba. Fundador de Razón y Revolución.